Los ciclos de violencia en México se comprenden a partir de sus regiones. Cada territorio y sus particularidades permiten entender los altibajos en los niveles de violencia.
Al mismo tiempo, en este momento hay dos factores clave que explican la nueva ola de violencia en algunas zonas del país:
el cambio en la estrategia del gobierno federal para combatir al narcotráfico en ciertas regiones y la neutralización de uno de los capos con mayor influencia.
Desde el norte hasta el sur del país, estos ciclos de violencia han moldeado la vida diaria de millones de personas.
Muchas comunidades han aprendido a convivir con ella, y en algunos casos, a construir una identidad en torno a sus manifestaciones.
Hay territorios en los que la normalización de la brutalidad en el entorno cotidiano no solo erosiona el tejido social, sino que alimenta un clima de impotencia y resignación.
Regiones enteras en las que las dinámicas de violencia, lejos de ser vistas como excepcionales, se han convertido en un componente más del paisaje social, afectando profundamente la capacidad de las personas para construir relaciones de confianza y cooperación.
En algunas zonas del país, al construir narrativas de paz superficial que no abordan las causas estructurales del conflicto, se contribuye a una falsa percepción de estabilidad.
¿Cómo revertir esta normalización de la violencia y cómo imaginar una paz que sea algo más que la mera ausencia de enfrentamientos?.
Diversas investigaciones, como las del Instituto para la Economía y la Paz, han documentado que el fortalecimiento de las redes comunitarias y la participación ciudadana pueden reducir significativamente los índices de violencia en áreas vulnerables.
Mientras algunos expertos sugieren que la paz en México requiere una mayor presencia militar, otros, advierten que la paz genuina solo se alcanza mediante lo que llama “paz positiva”: un proceso de construcción de condiciones sociales y culturales que reduzcan tanto la violencia directa como la estructural.
La experiencia reciente en las regiones de México muestra que el enfoque militar, lejos de resolver el problema, a menudo incrementa perpetúa los ciclos de violencia.
Entonces, ¿no sería más efectivo fortalecer las comunidades, promover la cohesión social y construir una cultura de paz desde las raíces?
Sí, es más efectivo, pero también es más lento, más costoso y requiere de muchos esfuerzos institucionales que van mucho más allá de los ciclos electorales.
El desafío de transformar a México en una nación de paz exige un esfuerzo multidimensional y sostenido.
La lección es clara: para construir paz en los territorios de México, no basta con reducir los actos violentos; es necesario un cambio cultural profundo que transforme las bases de la convivencia social.
Este cambio requiere mucho más que el uso de las fuerzas armadas.
Es necesario un enfoque regional que reconstruya el tejido social y desmonte la normalización de la violencia.
Solo a través de un esfuerzo colectivo será posible romper el ciclo de brutalidad.
@perezyortiz