Uno de los problemas que más han afectado al desarrollo social y político de las antiguas y actuales generaciones de políticos en México es el machismo, el paternalismo partidista que dicta la forma de conducirse de las demás personas al interior de un grupo, sin permitirles opinar o expresarse de acuerdo a cada criterio en particular.
En México, el machismo afecta a la política de varias maneras, limitando la participación y la influencia de las mujeres en la toma de decisiones y perpetuando desigualdades estructurales en los ámbitos políticos, sociales y económicos.
Lo anterior ha dado como resultado bajo acceso y participación de las mujeres en cargos políticos, a pesar de que hoy vivimos en el primer sexenio de una Presidenta.
El machismo tiende a minimizar o cuestionar la capacidad de las mujeres para liderar y tomar decisiones políticas importantes.
Las mujeres políticas suelen recibir menos apoyo económico, mediático y logístico para sus campañas que sus contrapartes masculinas. Esto dificulta que puedan competir en igualdad de condiciones. Además, las expectativas de las mujeres en la política a menudo se ven limitadas por estereotipos que las reducen a roles tradicionales de cuidadoras o de apoyo, en lugar de líderes.
También, las mujeres que se involucran en la política enfrentan diversas formas de violencia, como agresiones físicas, verbales, sexuales y cibernéticas. Estas agresiones no solo son una violación de sus derechos, sino que también buscan deslegitimar sus propuestas y desalentar su participación. Las campañas de difamación y los ataques sexistas son prácticas comunes.
Las mujeres en la política mexicana son sometidas a un escrutinio mucho más intenso que los hombres. Se espera que cumplan con estándares de “mujer perfecta”, y cuando se desvían de estos, pueden ser criticadas de manera más dura. Esto se debe a una cultura que aún valora más la autoridad masculina y tiende a ver a las mujeres en política con desconfianza o prejuicio.