En un implacable artículo publicado en el New York Times titulado “Stop Pretending Trump Is Not Who We Are” (Dejemos de fingir que no somos como Trump), el periodista Carlos Lozada postulaba lo que es sin duda una incómoda verdad: que buena parte de lo que es Donald Trump representa a la perfección lo que son actualmente los Estados Unidos, por lo que en esta segunda vuelta no es ya ni posible fingir sorpresa pues, afirma: “Trump nos ha cambiado al mostrarnos cuán normal, cuán verdaderamente americano, es”. Y detalla Lozada cómo por décadas ha encarnado las distintas fascinaciones nacionales de su país: “Dinero y avaricia en la década de los 1980, escándalos sexuales en los 1990, reality television en los 2000 y redes sociales en los 2010. ¿Por qué no lo mereceríamos ahora?”
Si bien lo anterior tampoco implica que a nivel simbólico solamente sean eso los Estados Unidos, quizá para muchos lo más desolador de su arrollador triunfo sea la incapacidad de clasificarlo otra vez como anomalía, sino la inevitable conclusión de que lo que Trump propone y representa es exactamente lo que quiere una categórica mayoría de los votantes estadunidenses. Que no hay engaño, pues, que Trump se muestra abiertamente como es, y que la gente votó mayoritariamente justo por eso.
Y aunque si bien es cierto que existe también casi un 50 por ciento de la población que lo rechaza (que incluso lo repudia), varias de las reacciones a su regreso son igualmente muy reveladoras precisamente de las condiciones que contribuyen a su encumbramiento, pues parecería haber una negación de realidades elementales que no han hecho sino jugar a favor del movimiento de Trump. Por ejemplo, una rápida búsqueda en Google arroja varios artículos que analizan cómo pudo perder Kamala Harris si contó mayoritariamente con el apoyo de celebridades como Taylor Swift, Beyoncé, George Clooney y demás.
Esta es en el fondo una idea con la que Trump comulgaría por completo, la de pensar que la opinión de los ricos y famosos debería de tener un peso electoral tal como para que la gente votara en la dirección en la que las celebridades le señalan. Es evidente que en tanto ciudadanos, los actores y cantantes gozan de los mismos derechos políticos y de libertad de expresión que todo el mundo, es decir, que no es para nada el problema que procuren utilizar su fama y plataformas para expresar sus preferencias políticas e incidir en el voto de la gente. Aunque cabe preguntarse qué parte de su preparación o profesión los calificaría para tener una opinión más certera o informada que la de la ciudadanía no famosa.
Pero lo significativo es más bien que se asume tácitamente que deberían tener una gran influencia, y la sorpresa de que el resultado vaya contrario a la misma. Y en mi opinión lo más de fondo es que se trata de personajes cuyo mundo de jets privados y círculos exclusivos de otras estrellas y supermillonarios en realidad tienen mucho más en común con el de Trump y su círculo, que con la población a la que pretenderían defender. En esa misma dirección, está bastante documentado que la clase trabajadora se siente más representada por Trump que por el Partido Demócrata, cuestión que señaló con toda claridad Bernie Sanders tras el resultado electoral, para furia de las máximas autoridades de su partido.
Y lo que parece indudable es que ya sea a favor o en contra, Trump es en la actualidad el aplastante centro de gravedad de la política estadunidense, que al gravitar de manera tan pronunciada a su alrededor, termina siendo casi más trumpiana que el propio Trump.