De sadismo y genialidad

Ciudad de México /

Desconozco si existe algún estudio exhaustivo sobre los efectos artísticos que se producen al menos en parte a causa de padres o madres entre rígidos y sádicos que, torturando a sus hijas o hijos a partir de dicha rigidez o sadismo, contribuyen fuertemente a que se conviertan en grandes artistas. Vienen a la mente ejemplos tan diversos como los de Mozart, Sylvia Plath, Vivian Gornick, Michael Jackson o incluso Luis Miguel. Lo cual produce una especie de dilema ético en uno como lector o espectador, pues es imposible no asociar el disfrute de la obra con la vivencia personal de quien produjo esa obra, a menudo literalmente como vía de escape del sadismo pedagógico que, de nuevo, parecería haber también contribuido en parte a la genialidad creativa.

Quizá sea difícil encontrar en esa dirección una anatomía del sadismo más detallada que la de Kafka en su famosa Carta al padre (recién vuelta a publicar por la magnífica editorial chilena Hueders, en una hermosa y muy cuidada edición ilustrada), en la que es absolutamente imposible no ver nexos directos con la escritura que llegó a crear un género literario en sí mismo, el kafkiano.

Así por ejemplo cuando se queja de que todas las personas por las que él mostraba interés eran denostadas por su padre con “insultos, calumnias y denigraciones”, y en concreto a un actor llamado Löwy lo comparó, sí, “con un bicho”, justamente como aquel en el que se convertirá Gregor Samsa.

O imposible no pensar en El proceso cuando le recrimina Kafka al padre que “uno era castigado antes de saber que había hecho algo mal”, como en aquel proceso judicial que padece Josef K. en el que nunca sabe exactamente de qué se le acusa. O cuando le cuenta también al padre que se junta con sus hermanas a hablar de sus métodos educativos, para comentar “con todas las energías de la cabeza y del corazón este horrible proceso pendiente que hay entre nosotros y tú”, en donde el padre, al mismo tiempo que es “juez”, es “una parte tan débil y enceguecida como nosotros”. Como esos oscuros jueces y antecámaras judiciales al mismo tiempo temibles y lánguidas, que igualmente debe enfrentar Josef K.

Pero quizá lo más crucial de todo sea una suerte de psicología inversa donde, explica Kafka, su padre mostraba “aversión en lo que se refiere a mi escritura”, misma que le resultó a él “excepcionalmente bienvenida”, y “no sólo por malevolencia contestataria, no solo por la alegría de ver confirmada, una vez más, mi forma de entender nuestra relación, sino muy elementalmente porque aquella fórmula me sonaba como un ‘¡Ahora eres libre!’.” Pues en esa libertad (que el propio Kafka reconoce después era meramente ilusoria, porque “Mis escritos trataban sobre ti, allí solo me lamentaba de lo que no podía lamentarme junto a tu pecho”) se forjó una de las obras literarias más importantes del siglo XX, de manera que cuando se lee la Carta al padre es difícil no experimentar ambivalencia. Ya que por un lado la aguda percepción de Kafka y su capacidad para delinear detalladamente la manipulación mental y emocional del padre producen una gran empatía con un personaje que de por sí ya nos resultaba en extremo querido. Pero, por el otro, justamente esa gran capacidad descriptiva deja claro que quizá de otra forma no se habría convertido en el inmenso escritor que fue. Lo cual deja abierto el dilema entre tortura personal y genialidad artística, deseando de todos modos que no hubiera sido necesario dicho camino para poder igualmente contar con una obra de esa magnitud.


  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
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