Distopías marcianas

Ciudad de México /

En 1982 aparecieron con pocas semanas de distancia dos películas que por distintas razones terminarían formando parte sustancial del canon cinematográfico contemporáneo, y cuya recepción y recorrido cultural en estas más de cuatro décadas transcurridas dicen mucho igualmente de los cambios sociales y culturales del periodo: Blade Runner, de Ridley Scott, y E.T., de Steven Spielberg.

Si bien la primera ha adquirido un estatus absoluto de culto y es ampliamente considerada una obra maestra, su proceso de filmación fue sumamente caótico, marcado por tensiones entre Scott y el equipo, así como por diferencias con Harrison Ford, notablemente la incapacidad para ponerse de acuerdo sobre lo que sigue siendo uno de los grandes misterios de la película: si el Rick Deckard que interpreta Ford es o no un replicante. Blade Runner no fue un éxito de taquilla y la crítica fue ambigua: por ejemplo el New Yorker le dedicó una muy negativa reseña que Scott después mandaría enmarcar para colgarla en su oficina. Y es que posiblemente su visión distópica de una ciudad de Los Ángeles contaminada, sobrepoblada y desigual no encajaba con el optimismo del “Despertar en Estados Unidos” de los años de Ronald Reagan, con su énfasis en el consumo y la acumulación, y la idea de que el gobierno debería conducirse como empresa y los ciudadanos como clientes. A cuarenta años de distancia, el rechazo inicial a Blade Runner podría interpretarse como negación de la realidad que dicha visión del mundo acabaría trayendo a la sociedad.

En cambio E.T. fue un éxito instantáneo y absoluto, convirtiéndose en la película más taquillera de todos los tiempos. Y es que desde el punto de vista cultural, la historia del tierno marciano asustado y nostálgico de su hogar, con poderes de curación y la capacidad para conectarse mental y emocionalmente con un niño, con sus guiños proféticos y resurrección y ascenso a los cielos incluida, encajaba perfectamente con la narrativa casi de autoayuda, donde la voluntad y la superación personal serían las nuevas claves para tener éxito en el mercado laboral y por tanto en la vida. Y de hecho la integración de este tipo de ideas new age a la cultura corporativa ha sido ampliamente estudiada por autores como Thomas Frank o Morris Berman, donde ideas como pensar fuera de lo convencional, liberar al niño interior o confiar en las emociones o el instinto por encima del cerrado y autoritario mundo racional que representan por ejemplo los adultos en E.T. fueron (y son) parte fundamental de la primacía de la visión del mundo corporativa, que ha desembocado en el encumbramiento de personajes con un peso económico, político y cultural como lo han sido Steve Jobs, Mark Zuckerberg y, por supuesto, Elon Musk. 

Y cuarenta años después no es sólo que la realidad planetaria se parezca bastante más al Los Ángeles de Blade Runner que al inocente y ñoño valle californiano de E.T., sino que incluso las fantasías extraterrestres han dado un vuelco, en buena medida a causa de la depredación y sobrepoblación que retrató Ridley Scott en su distopía. Ahora en vez de que venga un tierno marciano a enseñarnos a conectar con nuestras emociones, la fantasía cinematográfica (y la de Elon Musk en la vida real) es la de encontrar otros planetas que podamos ocupar, ante el colapso medioambiental que el ser humano le está produciendo al propio. Sólo que un potencial E.T. de la actualidad, en lugar del legendario “E.T. llama a casa” de la película de Spielberg, diría algo más del estilo de “Humanos, quédense en su casa”. 


  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
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