El azar al desnudo

Ciudad de México /

A mi parecer, una de las principales consecuencias de la actual polarización e incesante pleito público es que padece fuertemente la capacidad de análisis y pensamiento. Ello porque la exigencia en general se orienta a tomar partido desde máximas categóricas, que a menudo se toman como evidencia de sí mismas, como si fueran axiomas que no necesitan más que ser enunciados para constituir evidencia de su veracidad. Por lo que el adjetivo y el insulto se convierten en las principales herramientas discursivas en el debate público, y los likes y reposteos son, más que un veredicto popular, un distintivo de carácter tribal, mediante el cual se comunica la adhesión a tal o cual de los bandos.

Y si bien lo anterior es adecuado por ejemplo en espacios deportivos, o incluso partidistas, donde en efecto lo que se espera es la adhesión, el apoyo incondicional, los gritos de aliento y la justificación o negación de cualquier fracaso o tropiezo, en el espacio de la crítica y el análisis en cambio la lealtad debería estar con el propio método crítico o analítico, y no con la causa que ya se sabe de antemano que habría que respaldar. Pues además el juicio crítico a menudo produce sorpresas respecto a las ideas preconcebidas que se pudieran haber tenido, y una obra que pensábamos sería maravillosa nos parece lo contrario, o una idea que inicialmente parecería un contrasentido resulta en los hechos no ser tan escandalosa como podríamos haber pensado.

Así por ejemplo con la indignación suscitada en ciertos sectores por lo que parecería la abierta introducción del azar en la vida pública. Sin embargo, como señala la genial filósofa Renata Salecl en su libro El placer de la transgresión, esto es algo que ya ocurre (los sorteos para ser reclutado al ejército y enviado a Vietnam introdujeron en Estados Unidos el azar en temas de vida o muerte, aunque, dice Salecl: “La paradoja fue que los estadounidenses ricos e influyentes encontraron con rapidez la forma de eludir el sorteo, mientras que el destino de los pobres fue echado al azar”). Y en particular en lo relativo al Poder Judicial, Salecl cuenta de experimentos donde los jueces daban a los acusados la opción de tirar una moneda para decidir su sentencia, pero más bien lo relevante se encuentra en el hallazgo de que sin necesidad de la moneda ya hay en las decisiones judiciales un papel decisivo del azar: “Nuevas investigaciones acerca de las sentencias judiciales demuestran que la duración de la pena que impone el juez depende muchas veces de hechos banales: si el juez ha desayunado o no, si está a punto de almorzar o si después de un largo día de trabajo desea algo dulce para animarse un poco”.

El problema entonces no parecería ser el azar, sino el reconocimiento de que de todos modos juega ya un papel, pues esto atenta contra la falsa idea meritocrática de que el estado de cosas, por injusto que sea, obedece a una especie de lógica natural donde cada cual ocupa el lugar que se merece. Por lo que un sistema opaco que en realidad prácticamente nadie conoce bien se considera algo más deseable que la introducción de un cierto grado de azar, que más que realmente introducir un elemento que se encontrara ausente, lo que hace es poner al descubierto su presencia, y quizá eso es lo que incomoda, al atentar contra la narrativa del mérito que sustenta el privilegio. Pues como bien apunta Salecl: “El azar nos da miedo, y es paradójico porque toda la historia del capitalismo está vinculada a él”. 


  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
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