Cuando mi padre vivía tenía la peculiar costumbre de contar de manera muy explícita y detallada películas que por cualquier motivo le hubieran entusiasmado mucho. El relato era sumamente minucioso y por supuesto no había alguna consideración de spoiler que lo detuviera, por lo que llegaba hasta el mero final de la película, con lo cual ya no tenía tanto sentido después verla. Así me pasó por ejemplo con Los muchachos no lloran, la multipremiada película donde Hillary Swank interpreta a un chico trans, que me contó en más de una ocasión casi paso a paso, y que al final terminé por ya nunca ver, quedándome más bien con la versión oral narrada por mi padre.
De manera que en una ocasión en un viaje en carretera comenzó a contarme lo que según él era El bebé de Rosemary, y como yo en ese momento no había visto ni sabía de qué trataba la también famosa película de Polanski, no tenía punto de comparación y di por bueno el relato. En la versión de mi padre la película trataba sobre una madre que tenía un hijo al que mediante diversas tácticas conservaba en una especie de estado de infantilización extrema, al grado de que no aprendía a hablar correctamente y lo vestía incluso ya entrado en cierta edad con mameluco, con chupón incluido. Y, siempre según mi padre, lo tenía postrado en una especie de cuna como si fuera un bebé eterno. Como toque terrorífico final, contaba mi padre ya con un tono más bien escabroso, cada vez que el niño se intentaba levantar la madre le administraba toques con una picana eléctrica, para poder mantenerlo acunado indefinidamente.
Así que durante años me quedé pensando que esa era la muy terrorífica trama de El bebé de Rosemary, y cuando por fin decidí ver la película, conforme avanzaba me preguntaba cuándo comenzaría a pasar todo eso, hasta que en algún punto ya muy adelantado comencé a sospechar que no se trataba en absoluto de aquello que me había contado mi padre, cuestión que en efecto corroboré a su conclusión. Y desde entonces me quedó la duda de si existiría alguna otra película donde la trama sí era la que mi padre le adjudicaba, pues de lo contrario habría exhibido un muy inusual despliegue de imaginación gótica, combinado con algún tipo de delirio psicótico que lo llevara a imaginarlo como versión fílmica. Y aunque supongo que no sería tan complicado hacer alguna indagación o búsqueda en Google para saber si existe la versión apócrifa de El bebé de Rosemary, obviamente no llamada así, la anécdota ya ha adquirido un peso simbólico en la mitología familiar, que prefiero conservar inmaculado antes que indagar y contrastarlo con la realidad.
Pues la versión fabricada se ha convertido en un recuerdo seguramente ya también algo fabricado por los años de distancia, donde por ejemplo en mi fantasía el mameluco del bebe de varios años es azul claro, y no quisiera que llegara una versión real a arruinármelo, un poco como en mi opinión sucede cuando se llevan al cine con actores de carne y hueso cómics legendarios como Astérix y Obélix, o incluso con esas grotescas versiones de El rey león donde se pretende utilizar versiones realistas de los animales, humanizados vía animación de computadora. Pero sobre todo queda intacta la fantasía donde sí fue todo una invención de mi padre, convertido en una suerte de Stephen King de clóset, cuya obra cumbre sólo fue transmitida en una versión oral, y cuya única copia vive hasta el momento permanentemente alojada en mi recuerdo.