La FIL de Guadalajara es tanto un microcosmos como un caleidoscopio donde se puede decir, sin temor a exagerar, que conviven y están representadas las principales tendencias del mundo del libro en español. En ese sentido, el que el país invitado haya sido España sin duda le añade un interés especial, no sólo por el potente listado de autoras y autores, sino porque se trata de un país donde por razones obvias existen mayores vasos comunicantes con el mundo del libro mexicano y latinoamericano en general, por lo que a la presencia de autores se añade un robusto contingente de editores, libreros, periodistas culturales y demás participantes de la cadena del libro, que le proporcionan a la feria una mayor vitalidad que en años donde pueda existir menor conexión de todo tipo con el país invitado.
Por otro lado, parecería que la cada vez mayor concentración de mercado en los grandes grupos editoriales (hay estimaciones que la cifran entre 70 y 80 por ciento del total) vendría aparejada de una también cada vez mayor tendencia hacia la búsqueda de volver lo más espectaculares posible a los libros y su comunicación, en buena medida a través de la presencia de celebridades e influencers. Como si se observara la inversión de un postulado señalado por Roberto Calasso en su genial conferencia “La edición como género literario”, donde apunta que los libros siempre han dotado de prestigio a “ciertos poderosos de la economía”. Sólo que podríamos pensar que ahora son los poderosos de la fama virtual los que acuden a los encuentros de libros a dotarlos de legitimidad para el consumo masivo, ya sean obras de su autoría o de la de alguien más. Y se puede llegar a ver incluso en el stand de un grupo editorial a un estilista y maquillista para realizar caracterizaciones a jóvenes lectores. Lo cual no es que tenga nada de malo en sí, sólo que en lugar de que los props promocionales sirvan para conducir a la lectura a los libros, se siente cada vez más como si los libros fueran los props promocionales que otorgan la membresía para quién sabe qué otra cosa.
Quizá por eso mismo en algunas charlas muy concurridas se habla de todo menos de los libros, pues parecería por momentos haber mayor interés tanto por el chascarrillo fácil como por la personalidad tanto real como virtual de los autores, por saber cómo viven, sus filias y fobias, o cómo manejan sus redes sociales. Y así puede transcurrir una presentación de libro donde apenas se mencionen aspectos relacionados con la obra o con su proceso creativo.
Pero a la par de todo lo anterior se encuentra uno en la que probablemente y sin exageración sea durante nueve días la librería en español más grande y diversa del mundo, de la que es muy difícil evitar la tentación de no salir cargado de libros, pues se encuentran joyas editoriales de todo tipo a las que difícilmente se podrá acceder de otra manera. E igualmente existen decenas de eventos con grandes autores o incluso artistas de otras disciplinas que por lo general cuentan con un público de entre 40 y 50 personas, donde quizá en parte debido al carácter no masivo se elimina la presión por entretener, y se puede entonces hablar de libros, de ideas y de procesos creativos. Y uno sale con la idea de haber tenido como una especie de pequeño privilegio oculto, casi perdido o navegando con bastante discreción entre la oleada de letras industrializadas. Y, como buenos junkies, nada más termina la FIL se empieza a anhelar ya de inmediato la siguiente edición.