Es común leer a menudo notas sobre los excesos del capitalismo financiero y la hiperconcentración de la riqueza que ha producido en las últimas décadas. Pero en ocasiones las cifras se vacían de significado precisamente por su carácter estratosférico, y terminan por ya no añadir gran cosa a la idea general con la que ya se cuenta. Así que ciertas viñetas o ángulos, sin que sean de una importancia capital en sí mismos, terminan reflejando inmejorablemente los excesos y la decadencia del actual sistema, como sucede con un artículo del periodista Evan Osnos aparecido el año pasado en The New Yorker, donde cuenta la moda de las altas finanzas de contratar por cifras exorbitantes a estrellas musicales para amenizar sus fiestas íntimas.
Siguiendo el espíritu de los jeques petroleros que contratan a Beyoncé por más de 20 millones de dólares para un concierto en Dubai, en el artículo se detalla cómo por el monto adecuado se puede contratar a los Rolling Stones, Paul McCartney, Elton John, Rod Stewart, Sting, Andrea Bocelli, Duran Duran, Lenny Kravitz, Drake, Jennifer Lopez, Bon Jovi, Diana Ross, Black Eyed Peas, Maroon 5, Katy Perry o Eric Clapton, por nombrar sólo algunos. Y cómo un cliente anónimo contrató a los Eagles por seis millones de dólares para una sola interpretación de “Hotel California”.
En términos generales el ritual consiste en la contratación del artista para el recital privado, donde a menudo pasa al escenario al festejado a cantar una canción (¡eso sí que es un karaoke de alto nivel!), felicita a la corporación X por su gran año o, para poner ambiente, en ocasiones el propio intérprete arma una fila donde vierte a los ejecutivos financieros tequila directamente de la botella, para que vayan entrando en calor. El entorno puede ser tan íntimo como le sucedió al rapero Flo Rida en un yate, donde lo guiaron hasta una habitación en donde había tres señores sentados en una mesa, y ellos fueron todo el público presente para el concierto privado.
Cuando una extravagancia con estos toques de decadencia grotesca se vuelve una práctica generalizada nos dice más del estado de cosas que la hace posible que de los individuos específicos que participan en ella. Y después de todo, ¿qué podría representar mejor el culto al lujo y a la exclusividad que sólo una gran fortuna puede comprar que contratar por unas horas a leyendas musicales para entretenerlo a uno y sus amistades más íntimas (y de paso hacer que se mueran de la envidia, y que en el turno de su cumpleaños contraten a una estrella de mayor renombre)? Pues finalmente los coches, las casas, las islas privadas terminan por parecerse bastante entre sí, pero que Rod Stewart te cante en exclusiva “Happy Birthday” es otra cosa muy distinta.
Pues así como existe el pinkwashing mediante el cual algunas marcas son acusadas de buscar mejorar su imagen y hacer relaciones públicas sumándose a causas tan delicadas como el cáncer de mama, parece que la moda de los altos financieros con millones para derrochar en un festejo es una especie de coolwashing, donde al mostrarse como gente de onda que se revienta en estas bacanales amenizadas por estrellas globales es como si se obviara lo que en primer lugar hace posible que exista una casta que con una mano en la cintura y sin que le afecte en lo más mínimo en su patrimonio, se pueda dar de continuo este tipo de desmesurados lujos.