En el cuento “El collar”, publicado por Guy de Maupassant en la Francia de 1884, la atractiva Matilde de Loisel sueña con escapar de las limitaciones impuestas por su condición económica y participar de la alta sociedad francesa. Hasta que un día su marido consigue una invitación para una exclusiva velada y ella se ve abatida ante la falta de una vestimenta adecuada. Realizando un gran esfuerzo, el señor De Loisel le procura el dinero para un vestido pero queda el problema de las joyas, que se resuelve cuando Matilde le pide prestado a una amiga rica un espléndido collar de diamantes. Acuden a la fiesta y Matilde vive una noche de ensueño al ser completamente deseada y anhelada, pero su medianoche de Cenicienta se produce cuando al volver a casa se da cuenta de que ha perdido el collar que le prestara la amiga. Tras buscarlo sin éxito por toda la ciudad no les queda sino endeudarse fuertemente para poder encargar uno nuevo a un joyero que reemplace al collar de diamantes extraviado. De manera que pasan los siguientes diez años trabajando arduamente y viviendo con enorme precariedad para poder pagar las deudas, tiempo en el que envejecen desproporcionadamente a causa del collar maldito. Y en un genial giro final, cuando Matilde se encuentra por casualidad a la amiga rica que le prestara el collar y le revela lo sucedido, esta le revela a su vez: “¡Oh! ¡Mi pobre Matilde! ¡Pero si el collar que yo te presté era de piedras falsas! ¡Valía quinientos francos a lo sumo!”.
En una primera lectura podría parecer que lo más relevante del cuento tendría que ver con una moraleja sobre la ambición y dejarse llevar por las apariencias y demás. Sin embargo, en un giro que está íntimamente relacionado con nuestra actualidad, creo que lo que Maupassant narró magistralmente son los mecanismos mediante los que el entramado social genera primero un deseo de pertenencia mediante la posesión de ciertos bienes, pero después es ese mismo orden simbólico el que contiene el engaño cuyas consecuencias pagan Matilde de Loisel y su marido. Pues a los mecanismos de exclusión y pertenencia que de inicio producen la situación que termina con la pérdida del collar se suma la falsedad y mezquindad de la amiga rica, quien pretende tener y prestarle un espléndido collar, cuando en realidad sabe que es una baratija (que pasa perfectamente por real, con lo cual parecería que la fiesta de alta sociedad entera es a su vez engañada).
Podríamos encontrar muchos equivalentes contemporáneos a partir de los infinitos mecanismos para inducir el deseo y el consumo a partir de descuentos, promociones y créditos con exorbitantes tasas de interés disfrazadas, o con abonos chiquitos que se multiplican hasta ser interminables. Y, al igual que en el cuento de Maupassant, se encuentra tanto la angustia por pertenecer que conduce a la adquisición impulsiva, como las estructuras que conducen a la deuda permanente. Que más que la pertenencia o el consumo como tal, parecería ser el verdadero objetivo: producir sociedades de personas endeudadas que de una forma u otra jamás terminarán de pagar dichas deudas, con todo lo que eso implica en todos los sentidos. Sólo que lo que en este genial cuento es una suerte de viñeta aislada, quizá sí con su moraleja incluida, hoy es más una cuestión estructural y sistémica, incluso impersonal, cuyos resortes y mecanismos más minuciosos han sido narrados por tantas y tantos novelistas, aunque por lo mismo, en lugar de retratos costumbristas, quizá el género que mejor defina a nuestra época sea el distópico.