La industria del odio

Ciudad de México /

La semana pasada los hermanos Gallagher anunciaron que luego de años de especulaciones Oasis se reunirá para una serie de conciertos luego de 15 años de ruptura y pleitos e insultos públicos. Como si fuera una pequeña viñeta de prácticamente cualquier tema que, con razón o sin ella, suscite pasiones en la actualidad, la noticia produjo una instantánea polarización: por un lado la demanda por los boletos colapsó los sitios web para registrarse, pronto se tuvieron que añadir más fechas, etcétera. Sin embargo, a la par se produjo, como ya es también habitual en la actualidad, un torrente de hate virtual, desde los más inocuos memes o posteos donde mucha gente aprovecha el tema en boga para expresar su enojo o sus frustraciones, hasta análisis más teóricos y sesudos sobre la pobre calidad musical, lo simple de sus letras o lo retrógrados que han sido los Gallagher en temas sociopolíticos o de diversidad sexual.

¿Por qué incluso con algo que parecería tan intrascendente como la reunión de una banda de rock (se puede perfectamente no ir a los conciertos ni escuchar música de Oasis, sin que pase nada grave) se desatan tantas pasiones tan negativas? En su ensayo clásico “El placer de odiar” (1823), William Hazlitt desmenuza con gran lucidez la proclividad humana al odio y encuentra que lo esencial no es tanto el objeto al que se dirige como el mecanismo como tal: “¿Cuánto tiempo tuvieron el papa, los borbones y la Inquisición al pueblo de Inglaterra en vilo, ofreciéndole sobrenombres para dirigir su mal humor? ¿Nos habían hecho algo recientemente? No. Pero siempre tenemos una cantidad sobrante de bilis en el estómago y queremos un objeto contra el cual dirigirla”.

En un sentido más político, uno de los mecanismos fundamentales que estructura la sociedad de 1984 de George Orwell son los “dos minutos de odio” y la “semana del odio”, donde a través de la idea de la guerra perpetua (como las actuales guerras contra las drogas o el terrorismo) se dirige cotidianamente el odio de la sociedad contra un enemigo que siempre la acecha. Con ello se logra, según Orwell, inducir un estado de histeria perpetua que obnubila la razón y produce la adhesión incondicional al Partido o a la causa en turno pues, de nuevo, lo esencial no es el objeto concreto al que se dirigen las pasiones, sino el mecanismo recurrente en sí.

Pues quizá uno de los principales rasgos de las vomitadas de bilis bajo las que transcurre buena parte de la vida pública actual es precisamente que se pueden dirigir contra casi cualquier tema o persona, sin que haga falta que se trate de algo serio o trascendente como podrían ser la religión o la política, pues no parecería haber límite inferior a aquello susceptible de provocar indignación. Pues la descarga se encuentra literalmente a un clic de distancia y el torrente incesante de noticias ofrece igualmente el mismo número de oportunidades para manifestarla con la regularidad que puedan exigir las respectivas necesidades psicológicas que satisface la expulsión continua de bilis.

Y quizá la gran paradoja sea que la proliferación de los microodios que conforman el clima tan tóxico a gran escala beneficia principalmente a los movimientos políticos que hacen de ahí (muy orwellianamente) su caldo de cultivo, y a los dueños de plataformas que cada vez parecen más supervillanos de cómic (como es el caso de Elon Musk), cuyas fortunas crecen a partir de la reverberación del hate a diestra y siniestra.

O, dicho de otro modo: 

But don’t look back in anger

I heard you say

At least not today 


  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.