Durante la presentación en la FIL de Guadalajara de su genial Poeta griego arcaico, una aproximación muy singular a la figura trágica de Medusa, Luis Felipe Fabre contaba que —al igual que Medusa— se sentía como un vestigio de una época anterior, y que en ese sentido su poema era ante todo una ofrenda a los dioses. Pero los dioses entendidos no como metáforas o fantasías creadas por la mente primitiva, sino como potencias que actúan en nosotros e inciden en nuestras vidas, un poco en el sentido que Roberto Calasso atribuía a la posesión, misma a la que consideraba como el eje fundamental de su obra.
En ese sentido, estas perspectivas resultan en efecto vestigios de un pensamiento y visión del mundo ajenos a varias de las que predominan en la actualidad, incluido a nivel literario, que tienden a enfatizar la autonomía de un yo convertido en ombligo tanto de uno mismo como del propio universo, como identidad en perpetua construcción, por lo general orientada hacia los logros y el reconocimiento, convertidos así en los reemplazos contemporáneos de los dioses a los que se ofrenda la vida y obra. De manera que incluso la astrología, comentaba Fabre durante la charla, observa en la actualidad una especie de vertiente que se asemeja a la autoayuda, pues se aborda con fines casi terapéuticos, como una herramienta más para el perfeccionamiento personal.
Sin embargo, esta conversación que giraba en parte sobre lo inactual de la mitología y de una obra literaria puesta a su servicio tenía lugar en un salón prácticamente lleno, ante un público que aplaudía entre entusiasmado y conmovido ante la lectura de un fragmento del poema. En lo que era como una especie de río subterráneo que fluye entre el mar de influencers y aspirantes a celebridades cuya presencia es cada vez más estridente en encuentros librescos como la FIL, como parte de una estrategia que parecería consistir en traducir la celebridad virtual en venta de libros, en lugar de que sean los propios libros los que —si fuera el caso— a partir de su lectura condujeran al reconocimiento y a la tan anhelada celebridad.
(Como dato curioso, mientras escribo esto en el lobby del hotel en Guadalajara, una influencer megaproducida graba en su teléfono un video para sus redes sociales, donde conmina a la gente a no victimizarse en el mercado laboral y sí enviar su CV a ese trabajo que tanto anhelan, para ser como ella que “no es que sea exigente, sino que es excelente”).
(Y como segundo dato curioso, que también da mucho que pensar sobre los temas de perdurabilidad de las obras versus la inmediatez y la gratificación instantánea de las redes, el pasado domingo el Diccionario Oxford anunció que luego de una encuesta en línea miles de usuarios votaron por
brain rot [podredumbre cerebral] como término más representativo del año, mismo que usó por primera vez Thoreau en 1854, y que el diccionario define como “el supuesto deterioro del estado mental o intelectual de una persona, especialmente visto como el resultado del consumo excesivo de material considerado trivial o poco estimulante”. Y el asunto es que no puede verse como despliegue de esnobismo, pues fueron miles de usuarios de la web quienes mediante encuesta optaron por dicho término para retratar al año en cuestión. Así que pese a lo avasallador de las tendencias dominantes, parece haber aún una comunidad suficientemente grande que se siente más cómoda con más Medusa y menos TikTok).