La noche del 10 al 11 de septiembre fue decisiva para entender el futuro político de México. Aquel día, el régimen rompió el último muro de contención que lo separaba del poder total. La cooptación del impresentable de Miguel Ángel Yunes y la ausencia aun no justamente explicada del senador emecista Daniel Barreda, fueron suficientes para triturar la precaria oposición que se construía en la Cámara Alta.
Aquella noche triste en Xicoténcatl, ¿qué supuso para el futuro del país?
Una primera reflexión es el movimiento de la política de los parlamentos y las instituciones hacia la calle. No es nada nuevo para México. La relevancia de la protesta cuando los caminos institucionales están bloqueados es un continuum en la historia nacional. Podemos remontarnos a 1968, pero también a los noventa y la denuncia de los fraudes; al obradorismo tomando el Zócalo o protestando contra el Pacto por México.
Ya tuvimos una probadita en el sexenio anterior con la Marea Rosa. Una disputa con Morena en torno a la primacía del control de la calle. El movimiento que respalda López Obrador siempre se ha asumido con pie en las instituciones y otra en la calle. Sin embargo, el creciente descontento con las decisiones tomadas en torno a la Reforma Judicial o la perpetuación de la militarización del país tendrá un claro efecto en la protesta.
Una segunda reflexión: se profundizará la polarización del país. El populismo, como acertadamente explica el teórico argentino Ernesto Laclau, necesita dividir a una sociedad en dos polos. El pueblo, del cual AMLO es la encarnación, y la oligarquía -los de arriba, los potentados-. El presidente ha sido medianamente exitoso en esta labor. Las encuestas que se han hecho sobre polarización no muestran a un México tan enfrentado políticamente como otros países comparables como Brasil. Argentina y menos que Estados Unidos o la media europea. México apenas comienza su propio proceso de polarización no sólo política, sino social.
La polarización es la droga del populismo. En Estados Unidos, este proceso ha llevado a tendencias tan graves como no tener amigos que piensan distinto a ti, evitar casarte con alguien de otro partido, creer que el adversario político representa el mal. Y la polarización extrema termina en violencia como muestran la derrota de Trump y Bolsonaro, con los ataques al Capitolio y al Senado.
Una tercera reflexión: la devastación institucional, grave en sí misma, es también la ruptura de un horizonte compartido. A diferencia de la visión populista de la democracia, ésta no se agota en el voto. Sea en elecciones, en plebiscitos o con la mano alzada. Las democracias sólidas tienen instituciones que garantizan un sentido nacional común. Al destruir las instituciones con mayorías sociales muy precarias, Morena está erigiendo un régimen de parte. Un ejemplo es el ejército. La militarización de la vida pública nacional y su politización están provocando que los militares ya no sean una institución que apele a una mayoría de mexicanos.
La transición es otro ejemplo. La unanimidad es imposible e indeseable, pero había un cierto consenso sobre el modelo democratizador: autoridad electoral independiente, pluralismo ideológico, un Poder Judicial fuerte e independiente, organismos autónomos en aquellas cuestiones sensibles y estabilidad macroeconómica luego de años de turbulencias. Ese horizonte común está aniquilado.
Una cuarta reflexión: la inutilidad institucional de la oposición provocará una sacudida del espacio de las fuerzas opositoras. El PAN comenzará una batalla institucional mucho más sanguinaria de lo que pensamos. El affaire Yunes debilitó aún más al ya de por si débil líder Marko Cortés. El PRI tendrá que buscar la redefinición en un contexto de agonía. Movimiento Ciudadano tendrá que remediar la coexistencia de sus diferentes almas: Jalisco, Nuevo León o la cúpula nacional. Ante la imposibilidad de frenar al régimen en las instituciones, la oposición a Morena será histriónica, pero poco efectiva.
Una quinta reflexión: el romance autoritario ahorita se manifiesta como ceguera, pero sólo puede durar si hay resultados en la vida material de las personas. Una buena parte del antimorenismo consideran que los electores de Morena están como anestesiados. Embobados con el ritual de cada mañana del presidente. No comparto del todo esta interpretación. El votante de Morena síconsidera que su vida está mejor. Puede ser que su visión no tome en cuenta ni la seguridad, ni el hospital de la comunidad o la escuela de sus hijos. No obstante, hay una satisfacción que se traduce en el voto y en la aprobación presidencial. Sin embargo, esos romances no son eternos.
El horizonte no parece ser óptimo. Estamos como dirían los franceses en l´heure entre chien et loup (la hora entre el perro y el lobo). El momento del crepúsculo en donde se va la luz y comienza a anochecer. En estos años, México se ha beneficiado de la inestabilidad en América Latina y la guerra comercial de Estados Unidos con China. Se ha beneficiado de tasas de interés altas que han atraído capitales que fortalecen la moneda. Incluso, López Obrador se ha beneficiado de la posibilidad de endeudarse en 6.6 billones de pesos en un sexenio. Esas condiciones están desapareciendo.
Sheinbaum comienza su mandato con severas críticas por la Reforma Judicial. Inversionistas que se la piensan para aterrizar en México. Un panorama económico que podría traer recesión a mediados de 2025. La chequera del Gobierno ya no es infinita. La posibilidad de que Donald Trump llegue a la Casa Blanca. A esto hay que añadirle, una sociedad dividida y la sospecha global de que en México se está construyendo una autocracia sin frenos ni contrapesos.
Vaya, una crisis (hoy política). O citando al viejo Gramsci: “la crisis se produce en ese momento en donde lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer”.