Hannibal Lecter, el monstruo creado por Thomas Harris, ha permanecido en nuestra memoria colectiva gracias a la interpretación de Anthony Hopkins.
Pero ¿es esa la única razón? Con esta entrega del 2 de noviembre, Día de Muertos, cerramos la serie dedicada a El silencio de los inocentes (1991).
El nombre Hannibal es muy similar a “caníbal”, palabra que significa ‘antropófago’ y proviene del vocablo “caríbal”, en referencia a los pueblos de las Antillas (el Caribe), que eran temidos por comer la carne de sus adversarios.
También, la antropofagia existió en sentido sacrificial dentro de la cultura mexica.
Como podemos ver en algunos códices, los guerreros aztecas comían un tipo de pozole hecho con la carne de los soldados derrotados.
Según quienes han ingerido carne humana, un plato de prójimo tiene un gusto a cerdo: lo demás queda para la imaginación de ustedes.
El término “caníbal”, entonces, llegó al castellano y al inglés por medio de los exploradores del siglo XV.
Aunque la antropofagia no era ajena a los europeos (recordemos a Cronos o Saturno, el devorador de sus hijos), estaba presente como un acto reprensible.
El caníbal fue, de esta manera, esa parte oscura del “sujeto civilizado”, reflejada en el “salvaje”.
Lo cierto es que el terror y el rechazo surgen de inmediato al pensar en el canibalismo. Con Lecter no es la excepción.
Quizá se le puede aceptar porque es, precisamente, altamente civilizado.
Hannibal encarnaría así esa paradoja del ser, su constante guerra por sobrevivir pese a los medios, sin perder su educación.
En el filme, Hannibal escapa de prisión violenta y espectacularmente. Causa pánico porque anda suelto otra vez.
Pero para Clarice es distinto. Hannibal es la voz que representa su conciencia.
Ahora sabe que se alimenta de la investigación, que salva a otros para salvarse a sí misma, como un caníbal que devora su derredor para asegurar su persistencia.
En el clímax del filme, Clarice encuentra al asesino y salva a la víctima (se salva).
Y, más tarde, en su graduación de la academia, recibe una llamada. Se aparta y contesta a solas.
Es Lecter, la voz de su humanidad más oscura, que regresa en el instante del éxito.
Pero él ya no la atormenta.
Es ella quien, al no poder renunciar a su deber de policía (de guardián de la polis), congela la mirada y pronuncia varias veces, Doctor Lecter, Doctor Lecter, Doctor Lecter, cuando él ya ha colgado la bocina y se ha perdido en el silencio.
Casualmente la llamaba desde Haití, donde, según rumores, aún se practica el canibalismo.
Y Hannibal Lecter se pierde en la muchedumbre, como regresando a nuestros genes, al fondo de nuestra psique y al cajón secreto de nuestra llamada sociedad de la razón.
Allí estará mientras no surja una contingencia y no haya necesidad de ser el monstruo que hemos sido y que, paradójicamente, hemos devorado para seguir adelante.