Tal como leímos la semana pasada, el cometa C/2023 A3 Tsuchinshan-ATLAS aparecería en mi punto de observación el pasado 14 de octubre.
Sería visible a los ojos sin necesidad de instrumentos, aunque unos binoculares o un telescopio habrían sido de ayuda. Florecería a la derecha superior de Venus, antes del anochecer.
El cometa fue descubierto el año pasado. Y quizá había nerviosismo al pensar que podría chocar con la Tierra.
Afortunadamente, no fue así.
Los planetas y las lunas no son los únicos cuerpos celestes en movimiento alrededor del Sol. Existen también los asteroides y los cometas.
Los primeros están formados por roca y metales principalmente, mientras que los otros contienen, además, hielo y polvo.
Por su espectacularidad, los cometas han llamado la atención de los observadores a lo largo del tiempo.
El astrónomo y matemático Fray Diego Rodríguez, uno de los primeros en crear un corpus académico sobre la cometología en México, había propuesto hacia 1652 que los cometas eran de dos tipos.
Aquellos que aparecían en el cielo como un punto fijo y brillaban por un tiempo como una estrella para luego desvanecerse; y los andariegos, que emiten una luz “larga como una cabellera”.
Este cabello puede poseer una coloración verde, azul, roja y aguamarina.
Fray Diego afirmó que el color era un engaño de los sentidos (como Sor Juana dixit en uno de sus sonetos).
Pero ahora sabemos que el color depende de la composición química del cometa.
¿Cómo sería el cometa de la montaña púrpura?
Aquella tarde del lunes 14 de octubre, caminé con mis socios caninos como cada tarde.
El sol ya se había ocultado detrás de las montañas para luego hundirse en el Pacífico.
Varias personas estaban a la caza, listas con telescopios y anteojos de largo alcance.
De pronto, apareció Venus por la ruta del sol, también llamado Xólotl, el hermano gemelo de Quetzalcóatl, el lucero del atardecer.
Por todos lados, observé aviones dibujando estelas. Falsa alarma. Mientras tanto, la noche caía.
Había visto una cascada de fotografías en internet que mostraba al cometa en varias regiones de México.
Como quien espera en una cita y ya ha pasado la hora de la reunión, me preguntaba, ¿son correctos la hora y el lugar?
De pronto, como a las 7:30 de la noche, cuando Venus se acercaba más al muro de las montañas para desaparecer, apareció un tenue borrón blanco en forma de cono, en aquel cielo oscuro que guardaba todavía residuos de luminosidad.
Era largo, tanto que casi unió la constelación de Virgo, oculta en el poniente por el resplandor del sol, y la emergente Ofiuco, el Serpentario, hacia arriba, ya en la noche.
En la punta de aquel cono, cercana al horizonte, se distinguía un grano de arroz, radiante como una estrella.
De allí partía esa cabellera prolongada, fina como un gis blanco en un pizarrón, brillante como el polvo plateado de un nacimiento en Navidad.
El cometa estaba inclinado hacia la izquierda, como encajándose en la lejanía, justamente como un avión que se despide de América y viaja hacia Japón.
Entonces caí al suelo en señal de agradecimiento.
Y recordé la oración de aquel vigilante, Carlos de Sigüenza y Góngora, quien en 1692 sellaba en los ojos la búsqueda de un eclipse total de sol y de un cometa, como dos estanques de sueños ante al milagro del cielo.
fernandofsanchez@gmail.com