Caín en los Estados Unidos

  • Nefelibata
  • Flavio Becerra

La Laguna /

En 1930, José Clemente Orozco pintó un mural en la Nueva Escuela de Investigaciones Sociales, en Nueva York. Dos de los frescos ocasionaron escándalo, pues en el panel de las luchas de la humanidad en occidente pintó un retrato de Lenin y, en el panel La mesa de la Fraternidad representó a gente de todas las razas presididas por un negro.

Ambos paneles fueron la causa de que esa institución perdiera la contribución de varios de sus más ricos patrocinadores. En cambio y según recuerda el pintor en sus textos autobiográficos, la New School ganó otras simpatías, más numerosas. Orozco afirmó que “se me había concedido absoluta libertad para trabajar: era una escuela de investigaciones y no de sumisiones.”

Orozco no fue el único de los muralistas mexicanos que creó polémica en los EUA a causa del racismo. En su “Me llamaban el Coronelazo,” la autobiografía de David Alfaro Siqueiros, cuenta una anécdota ocurrida en ese mismo 1930.

Siqueiros narra que en una exposición suya montada en la ciudad de Los Ángeles, figuró un pequeño cuadro de título La niña muerta, que originalmente fue un encargo de una familia campesina de Taxco. El tema de ese cuadrito motivó toda clase de comentarios, buenos y malos y terminó por provocar un escándalo.

“Una señora de gran corpulencia –cuenta Siqueiros, -típica representativa del sur racista de los Estados Unidos, tanto por su tipo físico como por su mentalidad, con voz descompuesta y a grandes gritos lanzados desde el extremo opuesto de la sala, me interrogó frente a un numeroso público de la manera siguiente: ‘¿Son los mexicanos tan salvajes que hagan retratar a los cadáveres de sus niños muertos y hay en México pintores tan sádicos que se atrevan a ejecutar encargos de esa naturaleza?’

“A lo cual yo con voz tan sonora como la de ella, le respondí: ‘Es, en efecto, muy primitiva la costumbre que hay en algunas zonas lejanas de las ciudades de México, de retratar a los niños muertos como si estuvieran vivos, costumbre que por otra parte fue también griega, pero en todo caso es mucho más salvaje y brutal asesinar a los negros vivos’. Mis palabras motivaron el aplauso de la mitad de los asistentes y el retiro precipitado de la otra mitad. Pero más tarde los periódicos se encargaron de los insultos, diciendo que yo no tenía por qué haberme referido a los linchamientos de los negros en los Estados Unidos, porque aquello era un intento de afrentar a todo un país. Que con la primera parte de mi respuesta hubiera bastado…”

Un par de años después, otra obra de Siqueiros produjo un nuevo escándalo. Ahora fue su mural Mitin en la Calle, en el que cometió la, para algunos espectadores y críticos norteamericanos, abominable idea de representar en una obra pública a negros y blancos, con toda la intención de censurar las leyes y costumbres del sur de los Estados Unidos. Siqueiros recuerda que con este nuevo incidente los periodistas trajeron a colación, con demasiada insistencia, su respuesta en el incidente de dos años antes en la galería de Los Ángeles.

Ya en los años cuarenta, tras el final de la Segunda Guerra Mundial y en el marco de la guerra fría, algunos países vivieron un clima ominoso debido al violento ascenso de actitudes fascistas, sobre todo en los EUA y en México. Fue en ese contexto que Siqueiros pintó un cuadro de caballete titulado Caín en los Estados Unidos, en que representa una turba de seres blancos, hombres y mujeres deshumanizados, bestiales, con bocas en forma de picos, al momento de linchar a un hombre negro dentro de lo que parecer ser un espacio carcelario.

Este cuadro es una crítica a la política racial norteamericana, en el que fraternidad se evidencia como un discurso inane en el que, y tal como alguna vez escribió Oscar Wilde, todos los seres humanos somos hermanos, pero el hermano poderoso se llama Caín. Es claro que para Siqueiros, la violencia racista contra los oprimidos seguía siendo una iniquidad a la que había de señalar y combatir.

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