Cuadros de permanencia

  • Nefelibata
  • Flavio Becerra

Torreón, Coahuila /

El fallecimiento del dibujante argentino Quino en septiembre pasado, volvió a poner de relieve la permanencia de Mafalda, su obra más popular. Y es que este 2021 se cumplirán cuarenta y ocho años de la publicación de la última tira de la historieta.

Mafalda se publicó durante casi diez años de forma periódica en distintos medios argentinos entre 1964 y 1973, para de ahí ser difundida por otros diarios extranjeros, primero de Hispanoamérica y, pronto, ser traducida a más de treinta idiomas.

Mafalda es todo un caso de permanencia: el mundo ha cambiado mucho desde su cancelación, los problemas de actualidad de que se habla en ella ya son historia; los niños ya no leen con avidez las tiras cómicas de los periódicos… e incluso son pocos los medios impresos subsistentes que siguen publicándolas. 

Sin embargo, Mafalda sigue diciéndole a la gente de muchas partes del mundo cosas que le significan algo de importancia.

Nada mal para una tira que dejó de hacerse hace medio siglo.

Hoy en día el mercado global está dominado por los manga japoneses y los cómics de superhéroes, cuya confección salta de un equipo de guionistas y dibujantes a otro según las decisiones y necesidades empresariales.

Desde luego, la división de tareas en el oficio historietíl se dio casi desde el principio. Un solo autor que concibe y dibuja sus propias ideas en solitario y que encuentra las soluciones estilísticas a su narrativa puede resultar superado muy pronto por las necesidades de la industria, sobre todo si la demanda del producto así lo exige.

Pero a medida que la demanda de productos aumentaba, fue necesaria la división laboral: Uno o varios dibujantes trazan a lápiz los personajes principales, otras personas agregan paisajes, otros ponen la tinta china y colocan los textos. Luego, se envía a fotocomposición, donde se agregaba el color en caso de que así se requiera.

Mafalda pertenece a la estirpe de historietas que de principio a fin es obra de un solo autor, algo cada vez más inusual. Junto a la beligerante nena argentina existen otros casos notables.

El ejemplo más famoso es el de Carlitos y Snoopy (Peanuts, según su desagradable título en inglés), creado por Charles M. Schulz. Las aventuras de Charlie Brown comenzaron a publicarse en 1950 y casi de inmediato obtuvo un éxito enorme que no hizo sino crecer con el paso del tiempo. Por difusión, contenido e influencia, no es de dudar que sea la historieta estadounidense más importante de la segunda mitad del siglo XX.

Lo singular de esto es que a lo largo del medio siglo que duró creando cada una de las tiras diarias y dominicales, todas las ideas y dibujos son obra personal, pues Schulz nunca utilizó ayudantes. Su determinación y neurosis le impidieron delegar a otras manos su trabajo. Incluso insistió en que los artículos promocionales (tazas, carteles, tarjetas de felicitación, etc.) donde aparecieran sus personajes debían ser dibujados por él mismo.

Sólo el cáncer pudo hacerlo abandonar su obra. La última historieta dominical, preparada por anticipado unas cuantas semanas, se publicó el 12 de febrero del 2000, mismo día de su muerte.

Calvin y Hobbes, historieta creada por Bill Watterson, se publicó igual que la obra de Quino sólo durante diez años. Y coincidiendo con Mafalda, este autor norteamericano argumentó que dejó de hacerla al darse cuenta que comenzaba a repetir ideas y soluciones.

Watterson veía en la comercialización el factor más negativo en el mundo de los comics. Sus profundas convicciones lo llevaron a negarse a que sus personajes aparecieran en forma de juguetes o en cualquier otra forma ajena a las propias historietas. Hoy, a un cuarto de siglo de su despedida, casi no hay artículos donde aparezca el imaginativo niño y su tigre de peluche.

Watterson también defendió con éxito su libertad contra los lineamientos editoriales que imponen rígidos formatos que constriñen la creatividad. Definió ese círculo vicioso de esta forma: “Ya que no hay espacio para mejoras gráficas, las tiras no son más que simples dibujos y, si son simples dibujos, ¿para qué necesitan más espacio?” Para él, la historieta debía ser, antes que nada, una forma más de expresión y arte.

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