Javier Cercas

Ciudad de México /

“Soldados de Salamina me convirtió en un escritor profesional, cosa que jamás se me había pasado por la cabeza ser”, expresó el autor en una entrevista con el diario El Español...

Gil es un lector de la obra de Javier Cercas. Con motivo de su ingreso a la Real Academia Española, el diario El Español publica una entrevista que Gamés subraya y arroja a esta página del fondo sin más preángulo, o como se diga.

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Soldados de Salamina me convirtió en un escritor profesional, cosa que jamás se me había pasado por la cabeza ser; siempre pensé que sería lo que era hasta la publicación de ese libro: un escritor que se ganaba la vida en una pequeña universidad de provincias. Estaba contento así: que yo sepa, nadie me escuchó jamás una queja por los lectores escasísimos y la nula repercusión que tenían mis libros. En cuanto a mi vida personal, también cambió: de un día para otro pasé de ser invisible a ser demasiado visible, lo que me agobió bastante; además, empecé a tener enemigos, cosa que nunca había tenido. Raro, ¿no?

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Últimamente he contado una anécdota que casi había olvidado. Cuando le entregué el manuscrito de Soldados a Beatriz de Moura –una editora muy experimentada y relevante–, me dijo que la novela le había gustado y que iba a publicar 5 mil ejemplares –yo pensé que estaba loca, aunque también me sentí Hemingway, o poco menos–; luego me dijo: “Pero este libro solo lo van a leer personas mayores de 70 años: la Guerra Civil es un tema literariamente muerto”.

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Con los políticos ocurre como con los escritores o los periodistas: los hay buenos, malos y regulares. Pero es verdad que el sistema político español –una partitocracia endémica con partidos políticos huérfanos de democracia interna– no favorece en absoluto que los mejores se dediquen a la política, como quería Platón. Así que no basta con cambiar a los políticos: hay que cambiar el sistema (empezando por el sistema de selección de los políticos).

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Es verdad que la amnistía, tal y como se ha planteado, me parece un error. En primer lugar, porque es un engaño flagrante, y no me gusta que me engañen. Y, en segundo lugar, porque yo soy totalmente favorable al perdón, y la amnistía es lo contrario del perdón: el perdón fueron los indultos, a favor de los cuales escribí. Con los indultos el Estado perdonaba a los secesionistas; con la amnistía –repito: tal y como está planteada–, es el Estado quien pide perdón. Me parece un error (igual que se lo parecía a Sánchez antes de necesitar los votos de los secesionistas para conseguir la investidura), un error que mucho me temo que, sobre todo a medio y largo plazo, tendrá muchas consecuencias negativas.

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Por supuesto que hay que fortalecer Europa: la Europa unida es la única utopía razonable que hemos inventado los europeos, el proyecto político más ambicioso del siglo XXI y la única forma de preservar la paz, la prosperidad y la democracia en el continente. Yo estoy contra todos los nacionalismos, empezando por el nacionalismo español, y el proyecto de la Europa unida nació contra los nacionalismos, que en el siglo XX arrasaron Europa. El nacionalismo no es inevitable; no ha existido siempre: nació hace poco más de dos siglos y ojalá desaparezca pronto y merezcamos una Europa posnacional, que combine la diversidad lingüística, cultural e identitaria con la unidad política. Ese es mi ideal político: una Europa Federal, por no decir un mundo federal como el que soñaba Bertrand Russell.

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Pronto se publicará El loco de Dios en Mongolia. No fui yo quien eligió el tema: fue el tema quien me eligió a mí. Soy ateo de religión, pero cristiano de cultura –como casi todos los europeos– y llevaba años preguntándome qué hacemos con nuestra herencia cristiana y qué significa ahora que vivimos en una Europa laica y que, en todo Occidente, el cristianismo se bate en retirada. Hasta que, un día, el Vaticano me ofreció la posibilidad de escribir un libro que ningún escritor ha tenido la posibilidad de escribir, porque a ninguno le han abierto las puertas del Vaticano para que hable con quien quiera –desde los prefectos hasta los cardenales, los intelectuales del papa o el propio papa–, y para que acompañe al papa en un viaje a Mongolia, of all places. De ahí surge el libro, que es una auténtica locura, un experimento inédito, un libro quizá imposible –como El impostor– y por eso irresistiblemente atractivo.

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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos, mientras el mesero se acerca con el vodka Grey Goose para fabricar Gansos Salvajes, Gamés pondrá a circular la frase de Einstein por el mantel tan blanco: “El nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad”.

Gil s’en va


  • Gil Gamés
  • gil.games@milenio.com
  • Entre su obra destacan Me perderé contigo, Esta vez para siempre, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, Nos acompañan los muertos, El corazón es un gitano y El cerebro de mi hermano. Escribe bajo el pseudónomo de Gil Gamés de lunes a viernes su columna "Uno hasta el fondo" y todos los viernes su columna "Prácticas indecibles"
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