“Pendejómetro, cabronímetro y putavolt”

Ciudad de México /

Los aparatos Lasalle forman parte de un equipo indispensable para garantizar el éxito de cierto tipo de fiestas, por lo cual su utilización es altamente recomendable; tienen como ventaja adicional la de no representar gasto alguno...

El día de ayer Gamés hizo una de las suyas. Al terminar la gacetilla de esta página del fondo, envanecido por sus buenos horarios y entregas expeditas, mandó a su periódico MILENIO el texto “crudo” de Gil y no “el cocinado”. Por si fuera poco, un duende que no habita en la computadora de Gamés puso en el título “Carrera” en lugar de “Carreta”. Por estas fatídicas razones, y porque es viernes, reproduce el primer párrafo del embutido de ayer:

Gil no quiere tomar decisiones importantes de espalda a sus lectores. Como todo el que haya seguido esta página del fondo sabe, los viernes Gamés toma la copa con amigos verdaderos. Y mientras el mesero trae la charola del Glenfiddich 15, Gilga pone a circular frases célebres por el mantel tan blanco. Gamés arroja una verdad a esta página y abre el frasco de la confesión para que ese aroma envuelva el amplísimo y se sepa al fin la verdad. Desde hace tiempo, el mesero no trae sobre la charola el single malt, ese mesero ofrece Grey Goose, un vodka carísimo de Francia, de moda, sí, y de primera, transformado en un elixir de varias destilaciones. Gil ha bautizado a su vodka en vaso corto, con un twist de limón y un toque de agua mineral, “Ganso Salvaje”. Por lo demás los amigos verdaderos persisten y las frases célebres también.

Gilga rondaba sus libreros a la caza de algunos subrayados. Así llegó al entrepaño donde viven los libros de Monsiváis. Separó uno de ellos que a Gil le parece de lo mejor del segundo ciclo literario de Monsiváis: Apocalipstick (Debate, 2009). Gamés encontró algunos textos subrayados y los trajo a esta página del fondo.

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El chateo

En Internet lo que se da es maravilloso, el esplendor de la mitomanía colectiva. El ligue en el chat, lo que tal vez sea "el chateo lúbrico", es formidable porque los chateadores se enfundan en personalidades descomunales, cualidades físicas, dimensiones inacabables. Como nunca, la gente deposita en Internet la personalidad, el cuerpo, el atractivo, la cantidad de orgasmos por noche que quisiera tener. Y el anonimato facilita las invenciones.

Antes todos firmaban: "Pedro Infante", ahora firman: "Hugh Jackman", o "Matt Damon", y quieren ser aceptados por lo que obviamente no son, y al no tener ya el contexto del físico verdadero, el chateo alcanza extremos gloriosos. Es otro modo de reducir la idea del amor a la “declaración de bienes” que cada uno hace de sí mismo en función de su fantasía. Si algo logra Internet es dejar al lado la función del amor, porque además, el amor exige las imágenes.

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Lo digital es la consigna del ahora, y el chat o el chateo reinstala el arte de la conversación: “Hola. Tengo 22 años de edad, ojos azul cielo no contaminado, cuerpo de parar el tráfico de aviones, y lo demás lo descubrirás a solas”. También, de acuerdo con el rumor, la obsolescencia planeada ya incluye a los seres humanos.

—Hola, ¿cuál es tu nombre?

—Arturo, ¿y tú?

—Agustín.

—Qué curioso: los dos empezamos con A.

Y terminamos en la cama.

—Bájale, bájale, ni sabemos cómo somos.

—Te adivino cómo eres: alto, de ojos verdes, cuerpo que nunca pasa vergüenzas, de buenos ingresos y con fama de no decepcionar a nadie.

—Pinche brujo, ¿qué, me estás viendo ahorita?

—No, pero eso dicen todos y a la mera hora pido que me devuelvan las entradas... La próxima voy a chatear con alguien que tenga webcam.

—Y yo le voy a pedir a un amigo que está guapo que sea él el que aparezca.

—Pues entonces no nos vamos a reconocer ninguno de los dos.

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Para esas reuniones (de la Buena Sociedad) Edmundo Lasalle ideó tres aparatos imaginarios de extraordinaria precisión, con los cuales es posible calificar el ambiente de cada festejo: el pendejómetro, el cabronímetro y el putavolt. Cuando los inexistentes manómetros, al ponerse en marcha, acusaban la presencia de una mayoría de pendejos en el salón, la fiesta pronosticaba convertirse en un verdadero desastre. Si el indicador del segundo aparato registraba un número razonable de cabrones, la falla anotada en el primero se corregía parcialmente. Los niveles de excelencia se daban cuando la aguja del putavolt daba cuenta de una presencia significativa de señoras dispuestas al faje, con lo cual el convivio se convertía en un atractivo surtidor de promesas y realidades. (Un cocktail-party exitoso no debe tolerar que la marca del pendejómetro suba más allá de 25 puntos y esto sólo cuando las personas calificadas por ese manómetro tengan cualidades marginales que justifiquen su presencia. El cabronímetro debe oscilar entre los 50 y 60 puntos y el putavolt no puede ser, en caso alguno, inferior a 70).

Los aparatos Lasalle forman parte de un equipo indispensable para garantizar el éxito de cierto tipo de fiestas, por lo cual su utilización es altamente recomendable. Tienen como ventaja adicional la de no representar gasto alguno y sus indiscutibles atributos continúan conservando plena vigencia.

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Todo es muy raro, caracho, como diría Winston Churchill: “La imaginación consuela a los hombres de lo que no pueden ser. El humor los consuela de lo que son”. 

Gil s’en va

  • Gil Gamés
  • gil.games@milenio.com
  • Entre su obra destacan Me perderé contigo, Esta vez para siempre, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, Nos acompañan los muertos, El corazón es un gitano y El cerebro de mi hermano. Escribe bajo el pseudónomo de Gil Gamés de lunes a viernes su columna "Uno hasta el fondo" y todos los viernes su columna "Prácticas indecibles"
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