Destruirse por transformarse

Ciudad de México /

La lógica del cambio a machetazos que está debajo de la reforma judicial nos ha mostrado ya sus resultados catastróficos en otros campos de la vida nacional.

El argumento político central de esa lógica es la corrupción. El Poder Judicial es tan corrupto, dice el argumento, que no hay cómo limpiarlo, hay que destruirlo todo y construir otra cosa.

Esa otra cosa es la que están dando a luz los legisladores del gobierno, cortando a ciegas, al azar, lo que no pueden limpiar con precisión y conocimiento.

Es una vieja fórmula de la llamada 4T. Destruir lo que falla “por corrupción” en lugar de simplemente limpiarlo. Y construir encima de las ruinas otra cosa, que termina siendo o un riesgo para el país o un esperpento.

Así empezó el anterior gobierno y así empieza el actual, destruyendo lo que no sabe arreglar y construyendo encima una ocurrencia.

La corrupción en el nuevo Aeropuerto Internacional de México era tanta, se nos dijo, que aunque la obra iba avanzada en un 30 por ciento, no había cómo limpiarla. Había que cortar de tajo y hacer otra cosa. Esa otra cosa fue el AIFA.

Acabar con la corrupción fue el motivo utilizado para desaparecer la Policía Federal, que tenía 35 mil efectivos. No había manera de limpiar la corporación, había que borrarla y hacer algo nuevo. Eso nuevo fue la Guardia Nacional, un cuerpo de Ejército cuyo impacto sobre la mejora en la seguridad pública es todavía invisible.

La corrupción fue también un argumento para terminar con el Seguro Popular. No era posible sanearlo paso a paso, había que cambiarlo de raíz y sembrar otra cosa. La nueva cosa fue el Insabi, cuyo pobre rendimiento el propio gobierno reconoció al disolverlo.

Corrupción incorregible había también en el sistema de abasto de medicinas: no era posible limpiarlo, había que “transformarlo” en otra cosa. Desde que esa otra cosa existe, hay un problema de abasto de medicinas.

La corrupción se declaró inexistente durante el gobierno de la llamada 4T y por intolerable en los gobiernos previos. La fórmula triunfadora fue: para mejorar las instituciones heredadas, hay que acabar con ellas.

En eso estamos.


  • Héctor Aguilar Camín
  • hector.aguilarcamin@milenio.com
  • Escritor, historiador, director de la Revista Nexos, publica Día con día en Milenio de lunes a viernes
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