El repunte de la inflación en México es una muestra de una situación que genera mucho desgaste: el encarecimiento de los productos de consumo básico se mantiene como la marca de una larga recuperación que no termina por concretarse, lo que en términos sencillos significa que la gente sigue padeciendo las secuelas de un mundo caro, demasiado caro. Cuando la pandemia paralizó las actividades económicas y generó recesiones ya había un escenario con pobreza y desigualdad en América Latina. Cuando se produce la recuperación en forma lenta lo hace en grandes indicadores -como el crecimiento- pero los precios no volvieron a sus niveles habituales pese a los esfuerzos de los bancos centrales.
Argentina y Venezuela son los ejemplos extremos de la inflación latinoamericana, en tanto la mayoría de los demás países siguen teniendo niveles de entre tres y seis por ciento al año. Solamente Perú, Ecuador, El Salvador, Panamá y Costa Rica tienen cifras de inflación por debajo del tres por ciento al año. Pero no se trata sólo de ver los números en el último mes o en el último año: el proceso de encarecimiento de precios en los países latinoamericanos tiene el agravante de que se realiza en contraposición a la disminución de las condiciones de vida de la gente. Hay mucha pobreza, muchas necesidades y…suben los precios.
La desigualdad económica y social que vivimos en América Latina hace que el encarecimiento de los producto y servicios básicos tenga un costo más grave: más allá del empobrecimiento económico y de la imposibilidad de cubrir los costos de lo básico se llega a un ensanchamiento de las desigualdades. Que todo sea caro y que los ingresos cada vez alcancen para menos significa también problemas para el acceso a la educación, a los sistemas de salud, al entretenimiento y todo un mundo de necesidades.
Cuando el dinero no alcanza, cuando los salarios se encuentran por debajo de lo que se requiere para atender las necesidades elementales, el impacto también se nota en la educación, en las dificultades para conseguir recursos educativos, tecnología, en la deserción escolar y en la imposibilidad de prepararse para un mundo que demanda saberes y especialización. La trampa perfecta de la pobreza es que muchas personas no pueden continuar con su educación porque viven en situación de pobreza, pero la imposibilidad de seguir estudiando los condena a la misma pobreza que les impide estudiar.
Un mundo caro equivale a que millones de personas no tengan seguro médico o que no cuenten con la posibilidad de enfrentar una contingencia, que pese al esfuerzo de trabajar y sacrificarse no tengan recursos suficientes para atender una urgencia o para realizar una inversión que mejore la calidad de vida de la familia. El costo de un mundo caro es no sólo mayor pobreza sino una desigualdad más profunda. Si ya vivimos en la región más desigual del planeta, con precios altos esto no mejorará. No es sólo una cuestión de precios sino de la calidad de vida de millones de personas.