Mientras el manto de dudas cubre a la economía de Estados Unidos y la fortaleza china va perdiendo sus certezas, una de las palabras más constantes que definen la situación de las economías latinoamericanas es incertidumbre. Por los factores externos, por los nubarrones en el dinamismo estadounidense, por la desaceleración china, por los efectos colaterales de las guerras o por las tensiones geopolíticas, el futuro parece escrito en tinta dudosa, en puntos suspensivos más que en palabras.
No es de extrañar que los periódicos hablen de la incertidumbre económica que enfrentará el nuevo gobierno en México. Lo mismo dijeron de la mayoría de los países latinoamericanos. Y aunque son casos distintos y en ocasiones hasta opuestos, parece que la incertidumbre es el común denominador. Pero no se trata de un hecho reciente sino es el resultado de escenarios cambiantes, de mercados que se transforman con mucha más rapidez que en décadas anteriores, de empleos del futuro que hoy son el presente, de la digitalización, la inteligencia artificial, la innovación y la reinvención.
La incertidumbre se ha vuelto una constante para la economía porque la única certeza que se tiene es que el contexto está en cambio. Y como el escenario es cambiante, inestable y en transformación acelerada y permanente, la manera de posicionarse es logrando fortaleza interna, motores propios y la capacidad de ajustarse a los requerimientos de los tiempos para aprovechar las oportunidades, las nuevas demandas de productos y servicios, y las posibilidades que se dan con la economía del conocimiento y el mundo digital.
Hubo tiempos en los que vivíamos en realidades más estables, en un mundo sólido -como diría el sociólogo Zygmunt Bauman-. Y el tiempo que nos toca es cambiante, vertiginosamente cambiante. Por eso la economía también debe reinventarse: las proyecciones para corto, mediano y largo plazo, la educación, la ciencia, la investigación, la tecnología, la innovación, la creatividad, los empleos y las habilidades deben pensarse en función del futuro, sobre la base de la capacidad de virar, reajustarse y reinventarse.
Si pensamos en América Latina, las planificaciones económicas deben contemplar la incertidumbre como algo natural y no como una eventualidad. Hay que prever cómo lograr crecimiento, empleos de calidad y una mejoría de los ingresos de la gente pese a que las grandes economías mundiales tengan problemas, pese a que los coletazos de la guerra siempre afectan, pese a inflaciones y movidas en los mercados financieros. No se puede seguir echándole la culpa a la incertidumbre -a la que generalmente invocan para referirse a factores externos- por la falta de resultados internos.
La economía actual nos demanda más preparación, más planificación y más inversión en lo que realmente nos hace fuertes: educación de calidad, investigación, innovación y especialización hacia el futuro. En tiempos inciertos, debemos partir de la certeza que nos da lo que sabemos hacer, lo que construimos y el futuro que queremos.