Las expectativas para la economía mexicana en el corto plazo confirman algo que se dice, se publica y evidencia a menudo: estamos en una trampa de crecimiento económico bajo, lo que representa una incapacidad estructural de conseguir tasas de expansión que rompan el cerco del dos por ciento al año. A medida que transcurre el año y crece la incertidumbre, sobre todo por los nubarrones que se vislumbran en la economía de Estados Unidos, los pronósticos para México se han ido recortando. Recientemente fue la agencia HR Ratings la que redujo su pronóstico de crecimiento de 2.0 por ciento a 1.4 por ciento en 2024.
México no es un caso aislado: todos los países latinoamericanos enfrentan la desaceleración de sus economías y las proyecciones apuntan a que en promedio el repunte será de 1.8 por ciento en 2024. O menos. Y detrás del escaso crecimiento y del cerco a la expansión hay problemas no resueltos o no atendidos de calidad educativa, insuficiente infraestructura, deficiencia en la inversión social y, en general, una escasa capacidad de construir proyectos para que la economía mejore en el mediano y largo plazo. Nuestras economías todavía son intuitivas y reactivas, dependientes de buenos momentos y pocos rubros, poco previsoras con los cambios de los tiempos.
Cuando el crecimiento se vuelve lento, también se ralentizan la generación de empleos, las inversiones, la distribución de ingresos y se le pone freno a los resultados en el combate a la pobreza. Si en tiempos de buenos indicadores no se ha logrado revertir en forma importante los niveles de pobreza y desigualdad, en tiempos de avances escasos hay menos esperanzas de mejoría para millones de personas. Con poco dinamismo en la cancha, es hasta ingenuo pensar que se lograrán grandes resultados y que estos favorecerán a quienes más lo necesitan.
La cuestión importante no es el mal momento para las economías latinoamericanas. No se trata de la coyuntura de Estados Unidos o la situación de China: se trata de que detrás de la precariedad de las economías hay una gran necesidad de invertir más y mejor en educación, de potenciar la ciencia, la investigación y la tecnología, de acercar a nuestra gente a los conocimientos, competencias y habilidades del futuro para darles, al menos, la oportunidad de enfrentar las exigencias de un mundo globalizado. El mundo está cambiando en forma acelerada y América Latina se muestra lenta, frágil e indecisa para ajustarse a los cambios.
Uno de los grandes retos que enfrentan México y los países latinoamericanos es la construcción de economías más previsoras, más sólidas y con mayor proyección: invertir en el conocimiento de la gente, mejorar los sistemas educativos y hacer de la investigación, la innovación y la creatividad una palanca para el desarrollo. Los países desarrollados también tienen malos momentos y vientos en contra, pero la diferencia es la capacidad que tienen para enfrentar cualquier crisis. Mejorar la economía es una cuestión más intestina que externa.