En lo que parece más un bamboleo de precios que una tendencia esperanzadora, el nivel de precios en México mostró una desaceleración en el mes de noviembre: la inflación en la primera quincena fue de 4.56 por ciento anual, de acuerdo a los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). En la quincena anterior, en la segunda de octubre, la cifra había sido de 4.76 por ciento anual, es decir, en comparación con la segunda quincena de octubre de 2023. En una mirada a corto plazo parece que vemos un respiro luego de dos quincenas de aumentos, pero una visión más contextualizada da cuenta de que los precios siguen muy altos y que la secuela de la pandemia se mantiene.
Los precios elevados, la economía en desaceleración, las inversiones a la expectativa y, como siempre, la incertidumbre hacen que el contexto sea complejo. El costo de vida se encareció y ello tiene un impacto directo en el bolsillo de las personas, sobre todo de aquellas que no tienen condiciones para pagar por alimentos más caros, servicios más caros, productos más caros. Y cuando hablamos de que primero vino la crisis por la pandemia, con una contracción de la economía y la pérdida de empleos y salarios, y luego quedó la secuela de los precios elevados, entonces estamos hablando de empobrecimiento y de más precariedad para millones de personas.
Mientras los pronósticos de crecimiento para la economía mexicana se siguen recortando y casi todos apuntan a que la cifra será inferior al dos por ciento en 2024 y probablemente menos en 2025, el nivel de los precios cerrará este año por encima del tres por ciento que el Banco de México establece como el objetivo. No se trata solo del caso mexicano, la mayoría de los países latinoamericanos siguen padeciendo de una inflación elevada matizada por crecimientos insuficientes. En otras palabras, la generación de riqueza es menor al incremento promedio del costo de vida.
La cuestión de los precios no debe pensarse sólo desde los grandes indicadores sino fundamentalmente desde el impacto social: si el costo de vida supera la capacidad de las personas de generar ingresos el resultado no sólo es la pobreza sino la precariedad, las carencias en materia de salud, la falta de acceso a una buena educación, una buena alimentación y un montón de necesidades. Y en economías altamente desiguales como las latinoamericanas, los que se encuentran en los segmentos menos favorecidos terminan pagando un costo mayor. No sólo se profundiza la pobreza sino que se ensancha la brecha de las desigualdades.
Uno de los grandes retos es encontrar la fórmula para hacer que las personas puedan enfrentar los vaivenes de los precios: la recuperación de los empleos de calidad, de los buenos salarios, del poder adquisitivo y de la capacidad de generar oportunidades reales de movilidad social son fundamentales para pensar en economías más sólidas y menos frágiles. No se trata de los precios sino de la gente: es tiempo de hacer que los empleos, los salarios y las inversiones mejoren la vida de las personas.