El lago que brotó con un temblor

Ciudad de México /

Es el Lago Mayor. Está en San Gregorio Atlapulco, alcaldía Xochimilco, y mide 72.85 hectáreas. De cabo a rabo lo conoce Salvador González García, descendiente de una dinastía de ejidatarios que durante días, meses y años pudieron observar la formación de este cuerpo de agua después de los sismos de 1985, cuando gran parte de la orografía sufrió alteraciones.

En esta misma región está el llamado Lago Menor, con 14.59 hectáreas; y también un trozo del Lago Tláhuac-Xico, con 513.50 hectáreas de extensión. Estos espejos de agua equilibran el clima de Ciudad de México, incluida una variedad de cultivos avivados por una red canalera de 275 kilómetros. En total suman 2 mil 300 hectáreas de humedales.

Desde chico Salvador vio germinar la vegetación, y con el paso del tiempo descubrió la fauna. También percibió cómo en esta parte de conservación, que en la ciudad abarcan 7 mil 534 hectáreas, comenzaron a cohabitar especies de aves, tanto nativas como migratorias.

Hombres y mujeres de este pueblo originario cultivan una extensa variedad de productos en las chinampas, que surgieron en la época prehispánica, y con ayuda oficial son protegidas pues de lo contrario el lirio se apoderaría de los canales y succionaría el agua que sirve para regar sus hierbas aromáticas, flores y verduras que comercia esta población.

Un aire fresco sopla alrededor del lago, no obstante los rayos del sol que irradian sobre esta planicie, mientras pelícanos y garzas migratorias planean sus últimos vuelos y acuatizan, pues pronto migrarán hacia Canadá. Los patos criollos y otros pájaros nativos, mientras tanto, disfrutan las tranquilas aguas en las que se desarrollan mojarras salvajes.

El paisaje es disfrutado por Salvador González García, quien colabora en el mantenimiento del lago en el que también practica la pesca. El lago está en el ejido de Atlapulco, nombre que significa donde revolotea el agua.

Por allá, en medio del lago, anda Chava, a quien apenas se percibe mientras avanzamos sobre el sendero ribeteado de ahuehuetes y tules que divide los canales de este Lago Mayor.

Hasta acá llega la señal del teléfono celular. Esto se comprueba cuando a lo lejos Salvador se comunica y hace una señal desde su bote, mismo que se mueve en forma muy cerca de esos trozos de tierra donde el tule y otras plantas se enmarañan como pelambres desordenadas.

Salvador alza la mano.

Apenas se ve.

—Acá –se escucha en el teléfono-, ya voy.

Y comienza a remar.

Mientras se aproxima toma forma esa figura que avanza hacia quienes invita a navegar en las tranquilas aguas del Lago Mayor.

Y, auxiliado por otro amigo, empuja la barca hacia la orilla enzacatada, un perímetro que no tiene embarcadero formal.

—Súbanse con cuidado- invita.

Y allá vas acompañado de Carlos Alvarado Salinas, que equilibra la cámara sobre su hombro, hasta enfocarla hacia Salvador, quien rema con parsimonia.


Salvador González García rema sin parar. Entonces se percibe una brisa que amortigua el calorón de mediodía.

Sin dejar de remar, y en respuesta a un comentario de que San Gregorio Atlapulco tiene su lago, que él prefiere llamar laguna, Salvador sonríe y afirma que, efecto, son privilegiados.

—¿Desde cuándo?

—Desde 1986, después del sismo, se formó esta laguna. Había brotes de bracitos de agua que salían del subsuelo y así se fue formando.

—Entonces es natural.

—Sí, pero como no tiene corriente, por eso se ve un poco verde.

—Es como un manantial.

—Exactamente.

—¿Y desde que se formó este lago ha habido pesca?

—Sí, pero no siempre dejan pescar, porque es necesario que se produzcan más peces. Sí, claro, hay vedas.

—¿Y qué tipo de peces hay?

—Es mojarra. Pura mojarra. Porque la mojarra es caníbal y mató a la carpa. Había mucha carpa.

—¡Carpas!

—Sí, carpas rojas, grandes, pero la mojarra acabó con la carpa y otros peces que se llamaban Largos.

Para atrapar mojarras, algunos habitantes dejan grandes extensiones de redes sostenidas por pequeñas boyas.

Esta vez Salvador busca indicios; de pronto, algo llama su atención y se acerca a lo que una mirada común difícilmente podría percibir.

Y deja de avanzar con un remo, mientras que utiliza el otro para alzar parte de una malla sobre la que tratan de zafarse algunos peces.

Más adelante levanta otra red. Esta tiene más peces que luchan por salirse de entre la mañana de hilos. Imposible.

—Y qué tal le va en la pesca.

—Pues más o menos. No podemos decir que nos va muy bien. El pescado también se usa para composta.

—¿Y eso para qué?

—Están haciendo estudios del agua que porque dicen que tiene plomo, pero sabemos que no, nosotros sí los consumimos.

De pronto en el cielo azul aparecen parvadas de pelícanos que sobrevuelan y planean.

Salvador conoce muy bien las especies de aves que visitan esta región. Aunque los pelícanos, por su tamaño, solo pueden deslizarse sobre el lago. Otras aves, en cambio, prefieren los canales y las chinampas.

—Muchos patos…

—Sí –responde Salvador-, hay canadiense, el golondrino que le llamamos, hay otro que le llamamos el bocón, y pato mexicano, un pato café. Ah, y pelícanos, pero esos nomás por temporada. Si ustedes ven, está limpiecito, siempre tratamos de darle mantenimiento al lago.

—¿Y también usan agua de este lago?

—Sí, se ocupa para riego de la verdura, la espinaca, la acelga.

Salvador comienza a remar hacia la orilla, donde espera Columba López Gutiérrez, directora de la Comisión de Recursos Naturales y Desarrollo Rural de Ciudad de México, Corena, quien asegura:

—Estamos en la puerta de entrada a la zona de patrimonio.

—¿Qué significa?

—La zona patrimonio es un conjunto de tierras, un poco más de 9 mil hectáreas, donde está la parte productiva y de humedales, que es netamente lacustre. Aquí empezó la gran Ciudad de México. En esta zona está la primera chinampa prehispánica. Aquí se formaron.

Este lago, donde cohabitan diferentes especies de patos, pelícanos y gaviotas, entre otras aves, es parte del 59 por ciento de la zona de conservación de la capital del país.

Los lagos, igual que canales, se limpian periódicamente, como se ha comprobado, y con la nueva normalidad habrá un programa de restauración, asegura Columba López, quien señala algunas zonas rescatadas que habían sido invadidas con asentamientos irregulares.

La bióloga María Mendoza Orozco, quien coordina la limpieza de canales, comenta que las brigadas de limpieza, integradas por empleados y nativos de la zona, hombres y mujeres que perciben un salario, retiran plantas acuáticas, como el lirio y el tule, con la intención de que permitan el libre flujo del agua para que sea de mejor calidad.

—¿Qué significan estos lagos para la ciudad?

—Los lagos también son considerados como humedales y nos ayudan a mitigar esta parte de la temperatura que está pegada a la zona rural. Es un punto de amortiguamiento para que no se sientan los calores tan fuertes.

Salvador González García, quien extiende su mirada desde la orilla de estas aguas mansas, escucha una pregunta sobre el sentir de los atlapulquenses por tener un lago propio.

—Pues felices, la verdad, muy felices –repite y suspira- , porque no cualquiera puede tener esto que nosotros tenemos.





Humberto Ríos Navarrete


  • Humberto Ríos Navarrete
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS