La mujer que ama la filigrana

Ciudad de México /

Hay personas que se proponen metas desde la niñez, aunque durante esa etapa podrían considerarlas como sueños; y en la adolescencia lo confirman; y continuarán por ese camino, como parte de una aventura, hasta llegar a la profesionalización, sin que esto sea el tope, porque mientras avanzan descubren que hay más camino por recorrer.

Gabriela García Mariscal, quien durante el trayecto ha tenido pequeños y grandes desafíos, ha logrado saltarlos, como un día del año 2011, cuando trabajaba en la Dirección General de Televisión Educativa, donde hacía contenidos gráficos y animación.

En aquella ocasión se dio cuenta que abrieron la convocatoria para cursar un diplomado de joyería en el Centro de Investigaciones en Diseño Industrial de la UNAM, en la Facultad de Arquitectura.

Ella quería tomar el curso y le pidió chance a su jefe, quien contestó que no podía faltar ni siquiera dos días, de modo que ella le respondió:

—Bueno, pues muchas gracias.

Y salió.

El curso fue de dos meses.

En ese lapso terminó su colección inspirada en planos de los mapas del Centro Histórico de Ciudad de México, que ha sido su lugar favorito, para luego ser invitada por amigos y maestros a otro diplomado organizado en el ITAM e impartido por una empresaria que hacía mucha exportación de joyería de plata a España y tenía un saber muy vasto sobre ese tema.

“Entonces de ahí me fui como hilo de media, como dicen”, comenta, sin dejar de sonreír y hablar con esa voz aguda.

Y retomó lo que se proponía: ser joyera, con especialización en filigrana, sin que eso significara que se quedara estancada.

Y es que Gaby, como la llaman amigos y familiares, es afortunada, pues ha tenido a grandes maestros del sureste mexicano, una región donde están parte de las raíces de lo que hace y las vetas del material que usa, lo mismo que en Iguala, Guerrero, municipio productor de plata, y no se diga el estado de Oaxaca, con sus prestigiados maestros, como los que forman la plantilla del Centro de Artes de San Agustín Etla, CASA, de esa entidad.

Dos de sus compañeros en el primer diplomado, comenta Gaby, fueron incorporados a la nómina de maestros.

Con emoción nombra a otros mentores, como Rogelio Náfate, de Chiapas, y a Benito Pérez, “lapidario de ámbar, de jade y filigranista”, ganador de “un montón de premios, o sea, puro alto calibre en el diplomado”.

—Buenos maestros.

—Sí, y pude aprender de ellos, unos en la figura de maestros, y otros en la figura de alumnos, compañeros, pero también maestrazos.

Gaby tiene su espacio en un edificio del Centro Histórico de Ciudad de México; aunque regularmente viaja a Oaxaca, otro de sus lugares favoritos, donde están los grandes maestros de esa antigua técnica que ella imprime en sus alhajas: la filigrana, que, de acuerdo al diccionario, “es una obra de hilos de oro y plata, unidos y soldados con mucha finura y delicadeza”.

Y es lo que hace Gaby.

—¿Y quién es Gabriela?

—Podría decir que es una mujer con alma de niña, pero logré encontrar el camino para lidiar con la adultez de manera creativa y vivir de lo que me gusta hacer. Esa es Gabriela.

—Cuándo empiezas.

—Los hermanos de mi novio de la secundaria hacían artesanías, principalmente de piel, cadenas y cuero; entonces de ahí agarro el jale de las joyas, los accesorios, y luego en las vacaciones armaba artesanía, hacía tejido con gel, con alambre. Empecé muy chiquilla. Venía al Centro a comprar mis materiales, mis plumas, mis cuentas, las armaba y me iba de vacaciones y a vender; regresaba y me abocaba a la escuela, y así: vacaciones-escuela, vacaciones-escuela-artesanía.

—¿Y tus amigos qué decían?

—Yo creo que les daba ternura verme tan chiquilla incursionando, que me decían, “no, pues ve al Centro y allá y compras, acá haces esto, acá lo otro” y me empezaron a pasar tips y empecé a venir más seguido.

Entonces estudió en la Facultad de Artes y Diseño, FAD, de la UNAM, donde tuvo su primer acercamiento con la joyería, y después en Taxco; siguió tomando cursos de joyerías, especialmente en filigrana; en el ITAM, por ejemplo, asistió a uno impartido por una empresaria que exporta a España.

—Y seguiste por ese camino, sin parar.

—Pues afortunadamente buscando capacitación, cursos, más formación y más profesionalización.

—Y aterrizas en la filigrana.

—Así es, ja, ja— dice en voz baja, como en secreto, satisfecha—, ahí me volvió a cambiar la vida. La filigrana me cambió la vida completamente.

Y comienzan sus periplos a Oaxaca.

Es cuando participa en su primer diplomado y aprende la técnica con José Jorge García, maestro de Valles Centrales; con Cándido Santiago Esteva, de Juchitán; con Roberto Aguilar, de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; Amira Ramos, de Mérida, y Juan Carlos Benítez, de Taxco.

“Ellos fueron mis cinco maestros”, remata después de mencionar sus nombres, para enseguida resumir en lo que consistían sus rutinas: “Vender, viajar, hacer amigos y aprender”.

—Y tú como esponja.

—La verdad es que me fui bien rayada, rayadísima.

—Con puros maestros.

—Y además, como fue la primera edición, la verdad es que casi todos los alumnos también eran grandes maestros.

—Todo lo que me cuentas cuándo fue.

—En 2017 tomé mi primer curso de filigrana en la FAD de Taxco, y con esas piezas que hago es que aplico a la convocatoria del diplomado de CASA, en Etla, donde pedían que enviáramos fotos, como era el primera generación de diplomado, como que la premisa era que la gente que ya tuviera un conocimiento previo de joyería.

—En este quehacer, que se aproxima al arte, tienes que aprender a manejar el fuego, a usar los sopletes, a soldar partes diminutas de la pieza.

—Y cuando uno empieza, yo creo que uno de los retos más grandes de la joyería es no tenerle miedo al fuego.

—Se trabaja mucho con el fuego.

—O sea, para fundir, para hacer alambres, para soldar, el fuego es como la herramienta más importante de la joyería.

—Cuál sería la otra.

—La paciencia, ja,ja, ja.

La filigranista hace colecciones de piezas relacionadas con la naturaleza, y una muy significativa es la figura de un murciélago, con el que refleja la problemática del maguey, pues el quiróptero poliniza la planta de la que extraen el mezcal, luego de cortar la flor.

—Por qué esa pieza.

—Ahí va un tema padre. Yo siempre que diseño a veces hago como piezas únicas, pero con el proyecto de la marca lo que hago y lo que aprendí en los primeros diplomados es diseñar colecciones, diseñar varias piezas, una que sea súper llamativa y luego vas descomponiendo elementos y haces cinco piezas que se van a vender diferente, que van a tener diferentes precios, que van a tener diferentes usos.

—Con diferentes técnicas.

—No, antes hacía otras técnicas y ahora, con esta pieza, saco justo lo que venía trabajando, hasta llegar a la pieza del murciélago; es como una colección vasta que yo le puse Guardianes, y hablo de abejas meliponas, que son nativas, que no tienen aguijón, que hacen una miel muy medicinal y sus colmenas son como nidos rarísimos.

—Y tú haces esa figura.

—Sí, y luego en mariposas monarcas. Esa fue la segunda entrega de Guardianes, y siempre estudio las relaciones simbióticas.

—Y viene el murciélago.

—El murciélago es filigrana de plata. Usé la simetría axial y la técnica que me enseñó el maestro Cándido Santiago, que es del istmo, en la que se usa el peine, y también le metí la técnica de Valles Centrales; entonces, en lugar de quedar plano, hice como curvitas y triangulitos, para resaltar brillo. Y dije: cómo puedo contar esta historia con una pieza de joyería.

—Y lo hiciste.

—De ahí sale el murciélago, que es uno de los polinizadores del maguey. Ellos se alimentan de las flores del maguey. Entonces, si no hay flores, porque hay una demanda de mezcal, de qué comen los murciélagos y las polillas, las abejas, o sea, todos los animales.

—Y entonces…

—Entonces, para mí, la joyería es un poquito un medio para hablar de cosas que me parecen importantes, que a mí me mueven y que no debemos perder de vista, porque nuestro actuar en el mundo tiene implicaciones y no nos damos cuenta.



  • Humberto Ríos Navarrete
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