Los hoteles de paso tienen un halo de misterio, aunque estén sobre grandes avenidas, como la llamada Costera de Tlalpan, por citar un ejemplo; ahora, una parte de esa industria, la mayoría propiedad de empresarios españoles, rinde homenaje a la lucha libre en la colonia Doctores, donde Joaquín Salceda, un gallego de familia hotelera, rescató y reconstruyó uno de sus inmuebles, que estuvo abandonado por casi 40 años, lapso durante el cual fue refugio de malhechores y usado como sitio de arraigo por la policía.
La novedosa construcción es vecina de la Arena México, “Catedral de la lucha libre”, inaugurada en la década de 1950, y por eso ahora el nombre del hotel “Arena”, antes Alcázar, mismo que desapareció acorde con el actual aspecto de la Doctores, área donde también está Ciudad Judicial, con lo que procuran cambiar el aspecto de esa zona de mala fama.
Por eso el nombre, único en su estilo, asegura Salceda, pues el Arena está decorado con dibujos y máscaras alusivos a ese popular deporte y porque en aquellos tiempos el Alcázar hospedaba a luchadores, como fue el caso de un corpulento estadunidense, amigo del dueño.
—En las dos “arenas” hay luchas— se le comenta.
—Sí, pero aquí sin cuerdas— acota y se carcajea Salceda.
Lo acompaña Adriana García, administradora del Arena, quien refiere que cada pareja o trío es responsable de lo que suceda en cada cuarto, algunos de éstos con sillón ondulado conocido como potro; y hacia afuera, aclara, debe haber respeto y discreción con los otros clientes.
El nuevo hotel tiene dos años, aunque tardaron otros dos en construirlo, después estar abandonado, lo que permitió que también fuera utilizado por vendedores de drogas y otros personajes del bajo mundo.
Pero ese es el lado negro de lo que sucedió en el Alcázar, un gigantesco trozo de concreto con muros que se alzaban sobre la calle Doctor Liceaga, mientras en la Arena México, en Doctor Lavista, los espectadores vitoreaban alrededor de un cuadrilátero frente a sus ídolos en combate.
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En su novela Ribeiro Suites (editorial Suma), el escritor bilbaíno Josu Iturbe revela que la influencia del exilio español “no debe circunscribirse a los logros culturales, creadores de obras e instituciones que resistirían al paso del tiempo y siguen vigentes en la actualidad, qué bueno, pero (…) otras ‘instituciones’ quedaron, tanto o más grabadas en el inconsciente colectivo mexicano: los baños, los billares, las cantinas, y desde luego los hoteles, más específicamente los hoteles de paso”.
Esos negocios, añade Iturbe, fueron “revolucionarios en su tiempo —y aún hoy en día lo son—, negocios en los que los gallegos se metieron de lleno llegando a dominarlos casi de forma monopólica (…).
“Esa conjunción entre lo gallego inmigrado, lo mexicano en metamorfosis, y la siempre prodigiosa Ciudad de México creo que logró el fenómeno exponencial del negocio hotelero, ése fue nuestro aporte al espíritu del 68, supongo, las ganas de vivir, y las ganas de coger, que en esta ciudad son muchas”.
En la novela (2015), el protagonista es Carlos Mina, quien dice que en la capital del país hay más de mil 800 hoteles “que podrían considerarse como de paso, de ‘Pareja’, aunque muchos también trabajen con ‘Pasaje’, huéspedes en tránsito, y/o ‘Planta’, huéspedes que permanecen por un tiempo más prolongado que unas horas (…)”.
En la actualidad, añade, “se dan casi doscientas mil habitaciones al día, aunque muchas sean por la noche, lo que, además de un placer para las parejas que se acogen al santo sanctórum del amor carnal, genera empleos para decenas de miles de personas de forma directa (…)”
(…) “Lo que quiero decirte, hijo mío, es que esto de la hotelería es un negocio muy noble, por mucho que sea inmoral, pecaminoso, o como quiera definirlo la sociedad conservadora, que por otro lado también hace uso habitual de nuestras instalaciones”.
“No te avergüences nunca de tu herencia, lo que te he dejado es mucho más que paredes y camas, anuncios de neón y una enrevesada contabilidad, es una vocación empresarial que por razones que no acabo de comprender se convirtió en destino y en el único sentido de mi vida (…)
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A la pregunta de dónde estamos, Joaquín Salceda responde de inmediato: “Ahora mismo en el hotel Arena, en la colonia Doctores, en la Ciudad Judicial y a un lado de la Arena México”.
Este hotel era de su familia, “pero se había deteriorado mucho, mucho; se había convertido, más que en un hotel, en un refugio de delincuentes”, añade Salceda, un hombre de hablar rápido.
—Estaba abandonado…
—Estaba muy abandonado, muy oscuro, la policía lo usaba como espacio de arraigo para delincuentes. Tiene una larga historia y la última de ella no precisamente bonita. Entonces se decidió asociarnos…Y nos apoyamos en la Arena México, en su trascendencia y en la capital como reclamo turístico y como símbolo de la capital.
—¿Cómo surge la idea?
—Había varias opciones, pero comercialmente la opción de enfocarlo hacia la decoración, hacia la lucha libre, ligarlo un poco a la cercanía con la arena, era una muy buena opción. Por otro lado, hace muchos años a este hotel venía mucho luchador; llegué a tener muchos amigos luchadores…
—Hace cuántos…
—Hace… treinta años aquí venía un luchador que fue muy famoso, muy amigo mío, un hombre enorme, rubio, que luchaba con la bandera americana; alebrestaba a toda la arena, pero era parte del show, muy querido por la afición; ganara o perdiera, la gente se volcaba con él. Venía con su mujer. Una familia grande, porque eran cinco; aquí nació la sexta hija.
—Y años después del Alcázar al Arena.
—Sí, te digo, por todo ese historial que traíamos, pues al final decidimos decorarlo y ambientarlo con motivos de lucha, los diseños son especiales para este hotel; las máscaras, te digo, son de aluminio y se fundieron en el taller del maestro Miguel Peraza.
—Es único.
—Ah, sí, este es único.
—¿Y pueden practicar cualquier llave?— se le pregunta a Adriana García, la administradora del Arena.
—Cualquier llave, cualquier técnica, cualquier maroma—dice, mientras corresponde con una sonrisa.
—¿Cuántos tipos de habitaciones hay?
—Tenemos tres: la suite, que es con cama King size, la más grande; le sigue la queen size, con el sillón del amor, y la otra, queen size sencilla, que no incluye en sillón.
—Y viene todo tipo de gente; me decía que…—De todos los estratos sociales, de todas las colonias; por lo general aquí vienen muchas personitas porque están los bares, restaurantes en la colonia Roma, en la Zona Rosa.
Hay una intención ecológica en su decoración, pues las llaves, las máscaras exteriores y las placas están hechas de aluminio reciclado, mientras que las máscaras interiores son de fibra de vidrio, y para el consumo de agua no se usan botellas de plástico.
Debido a los meses de pandemia no les ha ido bien, pero confían en que el semáforo verde atraiga a clientela; y de paso sugiere que hagan reservaciones, ya que es normal que los fines de semana se sature.
Y aquí está uno de los clientes frecuentes, que se presenta como Lucke (lukelifechrams), un enorme youtuber moreno que a duras penas se hace entender en idioma español. “Yo pienso que el hotel es bueno; la gente aquí también es simpática, eso es importante”, opina Lucke.
—¿Cómo conociste el hotel?
—En internet; yo digo: Necesito un hotel en la Roma, y esto es aquí, no muy caro, y pensé que para un día, pero llevo dos semanas, ja,ja,ja,ja. Y cuando hablo con un amigo por face time, mi amigo dice: “¿Dónde estás, dónde está ese en hotel, qué es esto?” Yo le digo… no sé, es México, ja,ja,ja,ja.
Los personajes distintivos del hotel, decorado con frases alusivas, son Súper Hache y Arenita, que aparecen en las redes sociales, donde también hay concursos y a los ganadores se les premia con una estancia, aunque te sugieren que si vas a luchar… tienes que ponerte la máscara.
Ya en la despedida, Joaquín Salceda nos regala un ejemplar del libro
Ribeiro Suites (445 páginas), mismo que, guiño de por medio, recomienda leerlo.
En una nota del autor, Josu Iturbe advierte: “La necesidad de un libro que reconociera esa inmigración que no había sido la del exilio republicano me fue revelada por José Ramón Salceda Moreira y Joaquín Fernández Salceda, dos mexicanos de origen gallego; sin ellos y su motivada actitud este libro simplemente no hubiera existido. Va por ellos”.
Humberto Ríos Navarrete