Empleos imaginarios

  • Columna de Inés Sáenz
  • Inés Sáenz

Monterrey /

Hay diferentes maneras de conocer el infierno en vida.



Recuerdo la historia que contaba el tío abuelo de una amiga. Residente indeseable de un campo de trabajo durante la Segunda Guerra Mundial, era obligado a pasar los días a la orilla de un ríopara realizar una especie de pesca de ficción. Dedicaba horas a buscar gusanos y, una vez entre sus manos, había de meterlos a una lata. Cuando ésta se llenaba, tenía que vaciarla en las aguas dulces, y empezar de nuevo. El anciano recordaba cada uno de los movimientos absurdos, que hacían de su trabajo una farsa; no sólo vivía atormentado por el aislamiento y el hambre; nos decía que sus días eran un disparate enloquecedor. La inutilidad de su trabajo en ese lugar inhóspito lo hacía sentirse un ser minúsculo, inservible. Menos que un bicho. El suyo era un trabajo forzado que no producía nada, que terminaba en la nada. Las horas trabajadas eran un abismo.Imposible olvidar los detalles de este añejo relato, que reconstruyo con nitidez, como si yo hubiera sido la protagonista. Imagino el frío húmedo, los pies mojados sobre de las suelas desgastadas, las manos entumidas, el retorcimiento de los animales, la vista repugnante de la lata colmada, y el volver a empezar una y otra vez.

El sufrimiento de este hombre me hace recordar a Sísifo, un personaje de la mitología griega, que por una infracción cometida sufre un castigo peculiar para toda la eternidad: además de perder la vista, debía empujar una enorme y pesada roca a lo alto de una montaña; cuando el personaje por fin llegaba a la cima, la piedra rodaba cuesta abajo. El atribulado Sísifo debía bajar a las faldas del cerro a proseguir con su esfuerzo inútil. Los griegos fueron muy ingeniosos para imaginar la crueldad y el castigo.Tanto en la historia como en la actualidad, abundan ejemplos que nos hacen dignos herederos de su legado.

Los dos relatos, el real y el mítico, se relacionan con el tema sobre el que quiero escribir hoy. Lo ha motivado la lectura de un libro que me ha dejado pensando en lo que se ha convertido la experiencia laboral en la sociedad actual. Su título es provocador: Bullshit Jobs: A Theory (su traducción literal al español sería Trabajos de mierda: una teoría). Lo acaba de publicar en inglés la editorial Simon&Schuster en mayo de este año. David Graeber, antropólogo que hoy forma parte de la planta de profesores de la prestigiada London School of Economics, es su autor.

Graeber pone su mira en un fenómeno social importantísimo que ha recibido nula atención: la proliferación de los trabajos agotadores, inútiles, innecesarios, sin sentido, que provocan un daño moral y espiritual irreparable en quienes los ejercen.

El antropólogo estadunidense reflexiona sobre la razón de ser del trabajo, actividad sobre la cual no nos cuestionamos. Empieza su libro preguntándose por qué no se ha cumplido la profecía del economista John Maynard Keynes sobre la drástica disminución de la jornada laboral. Por qué la automatización ha provocado lo contrario, una inflación de las horas de trabajo. Su respuesta: la culpa la tienen los bullshitjobs, los trabajos imaginarios, aquellos que si desaparecieran pasarían desapercibidos, aquellos que no tienen un efecto concreto y positivo en la sociedad, y que incluso pueden ser dañinos. Graeber afirma que hoy, más de la mitad de los empleos están relacionados con un feudalismo gerencial, con el ejercicio de una burocracia kafkianana sólo en el sector público, sino sobre todo del privado.



Son los puestos mejor pagados. Los cataloga en cinco tipos: A) Los fracasados: aquellos que trabajan para hacer sentir importante al cliente o al jefe. B)Los guaruras: aquellos que actúan agresivamente a favor de sus empleadores. C) Los reparadores: aquellos que arreglan los problemas que no deberían existir. D) Los empaquetadores: aquellos que miden el rendimiento, y cuentan las historias de la compañía. E) Los capataces: todos los puestos intermedios que alargan aún más la escalinata de la pirámide.



¿A cuál pertenece usted?

Para quienes padecen de empleos imaginarios, para quienes quieren que su esfuerzo cotidiano redunde en un mundo mejor, para quienes imaginan lo que será el futuro de los empleos, leer este libro es una obligación. Un libro retador para el statu quo.

Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS