De juguetes a juguetes

  • Ruta norte
  • Jaime Muñoz Vargas

Laguna /

“¿Qué palabras tienen para ti un especial sabor a infancia, a familia, a tu tierra de Burgos?”, le preguntaron alguna vez a Alex Grijelmo, el famoso periodista y divulgador de la filología. 

Esto respondió: “¡Scalextric! Ésa sí era una palabra mágica. Deseaba un Scalextric con todas mis fuerzas. 

Pero nunca lo tuve. 

La palabra me parecía tan enrevesada que podía imaginarme dentro de ella la autopista enredada por la que corrían los coches en miniatura”.

Lo cito porque, como todos los niños de los sesenta, setenta y quizá ochenta, fui también tentado por el deseo de tener una autopista Scalextric. 

Por supuesto que eso jamás ocurrió, como tampoco tener una bici.

No sé cómo, mi padre hacía aparecer regalos modestos en la Navidad. 

Todo era esencialmente plástico, nada cercano a la electrónica japonesa o gringa que ya nos seducía desde la tele. 

Pero un día me dijo que iríamos a la ferretería La Suiza, inmensa tienda que contaba con un área bien surtida de regalos para niños. 

Por fin se abría la oportunidad para tener una Scalextric, la autopista eléctrica, u otra parecida. Vimos varias, pero sus precios eran altísimos. 

Ante la imposibilidad de comprar una muy sofisticada, mi padre me regaló una muy austera, que no requería pilas ni corriente: la pista era una larga tira de plástico que colgada desde alguna pared hacia el suelo permitía que un carrito descendiera gracias a la magia newtoniana de la gravedad. 

Pese a su ñoñez, amé ese juguete. Lo amé y amé todos mis juguetes, por pedestres que fueran. Aunque no hubiera mucho, creo que de niño estuve cerca, al menos cerca, de la felicidad, así que no me recuerdo con ingratitud.

Sé que la venta de juguetes no es ya lo mismo, esto por la gravitación de los celulares y las tabletas. 

Frente a tales aparatos, ¿qué pueden lograr hoy una pelota, un carrito, una muñeca? 

Muchos padres tratan de estirar tanto como sea posible el momento de permitir celulares y juegos de video a sus hijos pequeños, pero muchos más saben que los apaciguarán con las pantallas infinitas. 

El celular y la tableta quizá garanticen más horas de enajenación y tranquilidad, pero no necesariamente mejor de formación para los hijos. 

No sé, pues esto ya entra en los ámbitos especializados de la educación y la psicología.

Feliz navidad.

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