No sin pudor, confieso que Don Luis González y González se me aparece ahora como Nigel Bruce, el actor inglés que encarnaba la mejor versión del Dr. Watson en las viejas películas de Sherlock Holmes protagonizadas por Basil Rathbone. Espero que me perdonen doña Armida, sus hijos, hermanos y la legión de alumnos que lo echan de menos, pero D. Luis se me afigura ahora y a menudo en blanco y negro, con la misma forma de peinarse, el idéntico pelo de Watson con su bigotito de sal y pimienta, su chaleco sin leontina y esa manera de fijar la mirada, incluso como si el actor inglés llevara parche tapándole el ojo izquierdo.
No es novedad que piense a diario en mi Maestro con mayúscula y conforme pasa el tiempo de su eternidad (que el año ‘25 marcará el centenario de su nacimiento) reconozco una urgente necesidad de extrañarlo, de imaginar una tertulia interminable de sobremesa, más paseos largos de sabiduría peripatética y el silencio de su biblioteca. Me hace falta Don Luis para intentar seguir haciendo memoria y entender los enredos del presente, los humos de copal y las mentiritas, la madeja enredada y el semillero de pistas sueltas… como escenario para Sherlock Holmes.
En aquella serie de películas protagonizada por Basil Rathbone se selló el arquetipo clásico de Holmes, pero me parece que a Watson lo proyectaban inocentón e ingenuo. Nigel Bruce subrayaba el desconcierto del médico ante la apabullante astucia de Holmes y no tan fiel a los párrafos, en las pelis parecía que Watson tropezaba, cuando en tinta es nada menos que el autor de las historias, el cronista de los deslumbramientos y descubrimientos que celebra el método inductivo y la capacidad deductiva del más grande de los detectives pero con un asombro que no exento de admiración tiene su propia grandeza de acompañamiento y participación. Watson (y más aún si se parece a D. Luis) era grande en sí y no un palero advenedizo, sino una mente afín que sincronizaba con las pautas de la investigación, que seguía con la yema del índice el decurso de la prosa que hilaba el inmenso Sherlock Holmes… algo así como lo que intenta en las madrugadas el insomnio incurable de un pretendiente sin más pretensión que evocar la figura de un maestro ejemplar que hoy como siempre se aparece en la pantalla sin colores con una carcajada leve y un ligero despeine de ideas como suelen levitar los sabios ya sin tiempo.