Claudia Sheinbaum ofreció en las primeras horas de su presidencia una muestra de sagacidad política y solvencia que abona a la posibilidad de ser una mujer capaz de responder al enorme desafío que tiene por delante. No sabemos lo que seguirá, pero lo que hemos visto hasta ahora resulta esperanzador. Por un lado, consiguió convertir su arribo al poder en un día histórico para la causa de las mujeres y dejar en claro que la jornada del 1 de octubre de 2024 era una fecha inédita e irrepetible en la historia de México. Claramente la parte más emotiva, mejor escrita y con tintes de voz más dramáticos de sus dos discursos fue el segmento sobre lo que representa para México su primera presidenta. Fue una pieza destinada a convertir el ascenso de una mujer al poder en el verdadero protagonista de la jornada, más allá de colores partidistas. Fueron ellas, no solo Claudia, las actoras clave a lo largo del día: solo legisladoras en la comisión de recepción, tres dignas cadetes cubrieron las espaldas de la presidenta electa en el Congreso, también mujeres las chamanes y líderes de pueblos originarios en la ceremonia del Zócalo. No solo se trata de un tema de símbolos: 40 por ciento de los electores no votó por Claudia, pero 88 por ciento lo hizo por ella o por Xóchitl Gálvez. Cabría preguntarse el impacto que tendrá en algunas o muchas electoras de la oposición la solidaridad de género que puede provocar este hecho. No es una mala apuesta, para empezar.
Por otra parte, llama la atención el delicado equilibrio con el que abordó la duda que todo México tiene en mente: en el lema “continuidad con cambio” nunca ha quedado claro qué peso tendrá cada una de las dos partes de este binomio. Los contrarios al gobierno de la 4T observan con lupa actos y palabras de la Presidenta, urgidos de un deslinde importante con respecto a su predecesor. Por el contrario, el grueso de los mexicanos que votó por ella, en buena medida lo hizo llevado por el deseo de la continuidad; toda señal de distanciamiento o rectificación será percibida con temor o suspicacia. Un camino espinoso, por donde se le vea.
Imposible dar gusto a expectativas tan dispares, obviamente, pero me parece que Sheinbaum resolvió de manera inteligente esta primera aduana, decisiva por la carga simbólica que entraña. Difícilmente algún lopezobradorista puede sentirse defraudado con las dos ceremonias de la primera jornada. Claudia reivindicó su pertenencia al movimiento, su lealtad al fundador y líder y no ocultó el cariño y admiración que le profesa. La identificación con sus banderas es genuina y no ahorró palabras para refrendar en el ánimo de López Obrador la percepción de que puede retirarse con la tranquilidad de saber que su legado queda en buenas manos.
Me parece que esa era la prioridad y no se equivoca. El mayor patrimonio político que posee la Presidenta es el apoyo masivo que procede de la popularidad de López Obrador. Sería absurdo dilapidarlo con frases o gestos surgidos del ego o del afán de cautivar a “los otros” con riesgo de poner en peligro el apoyo de los propios.
Lo que ella hizo fue más sutil. Aseguró lo primero, la interpelación con los muchos que simpatizan con su fuerza política, pero al mismo tiempo envió señales inequívocas para el resto de los mexicanos. La cobertura relativamente favorable al día siguiente por parte de la prensa normalmente crítica de López Obrador revela que su estrategia dio resultado. “Promete respetar libertades y gobernar para todos”, encabezó uno de los cuatro diarios más cuestionados por el ex presidente; “Va por energía limpia e inversiones seguras”, cabeceó otro de ellos; “Gobernaré para todos”, afirmó uno especializado en finanzas; “Un día para la historia”, concluyó el cuarto de ellos.
Nada mal, considerando las muestras de lealtad, cariño y continuidad expresadas a favor de López Obrador. Consiguió que, de alguna manera, una opinión pública tan crispada como es la nuestra encontrase en los mensajes del primer día señales necesarias para abrigar esperanzas de continuidad y esperanzas de cambio, según la mirada de cada cual. Y lo hizo sin que en ningún momento sus propuestas o sus énfasis “claudistas” fuesen percibidos como una rectificación o una descalificación, ni siquiera velada, a lo realizado antes, sino como una especie de continuación modernizada y ajustada al momento que vive el país.
Me parece que buena parte de su justificación para el cambio, a los ojos de López Obrador, son naturales y aceptables porque derivan de la biografía de Claudia y son consustanciales a ella, no el resultado de un revisionismo peligroso. Es decir, los “cambios” que ella está proponiendo parecerían ser producto del hecho de ser mujer y tener formación científica, y no de sus diferencias respecto al legado del fundador. El giro en favor de las energías limpias categóricamente anunciado, distinto al énfasis de AMLO por los combustibles fósiles, marca una diferencia sustancial en política energética. Pero no es visto como un desacato, sino como la consecuencia natural de elegir a alguien con sus atributos. De igual forma, los anuncios sobre ciencia y digitalización, educación infantil, una cultura de cuidados y una versión más moderna del concepto de género y de lo familiar. Son percibidos como el efecto normal e incluso deseable del hecho de tener a una presidenta y científica en Palacio. Sheinbaum anticipó las primeras marcas de identidad en sus políticas públicas en áreas que no son percibidas como un ajuste a contrapelo de las obradoristas, aunque algunas puedan terminar siéndolo.
Y un último y significativo gesto al respecto. El arranque de su primera mañanera fue dedicado al 2 de octubre, en términos muy emotivos y testimoniales. La fecha era más que propicia, pero no puede pasar inadvertido el simbolismo que entraña. El movimiento estudiantil del 68 nunca ha formado parte de la matriz ideológica de López Obrador. Se trata de un fenómeno urbano de sectores medios, muy ajeno a la idiosincrasia rural del México profundo del que procede y reivindica el tabasqueño. No que lo ignore ni mucho menos, pero no tiene el peso que sí representa para los cuadros progresistas de la Ciudad de México a los que ella pertenece. Partidos democráticos y movimientos políticos de la izquierda surgieron en buena medida como herederos de esta lucha. Claudia misma se ha descrito a sí misma como “hija del 68”. Con la ceremonia de este miércoles, introduce una pequeña pero importante impronta en el movimiento obradorista, claramente de procedencia claudista. Interesante.