Sin duda Claudia Sheinbaum tiene por delante enormes desafíos. El de la oposición no es uno de ellos. Donald Trump y su equipo de halcones pueden quitarnos el sueño, tanto al gobierno como al resto de los mexicanos, los retos para hacer crecer la economía del país no son poca cosa y de la violencia mejor ni hablar. Pero, al menos, la competencia política no será fuente de preocupaciones para la Presidenta.
Este fin de semana Guadalupe Acosta Naranjo anunció la formación de un Frente Cívico con los restos de la marea rosa, para “ganar la Presidencia en 2030” y antes de eso convertirse en flagelo opositor del partido en el gobierno. La pasión con la que presentó estos propósitos seguramente estaba fincada en el atractivo que, según él, representan para el gran electorado el grupo que le acompañaba, entre invitados e integrantes: Beatriz Pagés, Gustavo Madero, Ramón Sosamontes, Amado Avendaño, Cecilia Soto, Adrián LeBarón. Un pelotón de líderes de mil batallas, aunque no hayan ganado una desde hace varios sexenios.
En ese sentido, la Presidenta puede dormir tranquila. La única variable verdaderamente preocupante, en materia de oposición política, sería el fenómeno que está tomando por asalto a sistemas incluso mucho más sólidos que el nuestro. Los llamados outsiders; los Trumps, Macrons, Boris Johnsons o Bolsonaros. Carismáticos, populistas, anecdóticos; salen de la nada para encabezar organizaciones nuevas o capturar alguna de las ya existentes. Invariablemente se presentan como alternativa a los profesionales políticos de siempre.
Y justamente. El problema con este supuesto Frente Cívico es que está integrado por los políticos profesionales de siempre, con el agravante de que pertenecen a las fórmulas derrotadas en las organizaciones a las que han pertenecido. Si la marea rosa generó alguna inquietud al partido dominante, lo de este fin de semana garantiza su tranquilidad. Sobre todo, porque las novedades en el Frente Cívico empobrecen aún más un horizonte de por sí precario.
También este fin de semana observamos al presidente del PRI, Alejandro Alito Moreno, protagonizar un extraño video, producto de su visita en Uruguay a la humilde morada de José Mujica a punto de cumplir 90 años y gravemente enfermo. Y digo extraño video porque los dos personajes no podían ser más contrastantes. No sé con qué argumentos alguien gestionó la visita, pero incluso sin saber los publicitados escándalos del priista, sus fiestas o mansiones, se trata de un invitado fuera de lugar. El artificioso derroche de energía campirana, bajándose de un tractor John Deere e impecables jeans de marca, para aturdir a los dos ancianos con aspavientos y zalamerías rematadas con la entrega de lo que parece un coffe book con el título de México, envuelto en su base dura arropada en celofán al mejor estilo Sanborns. Una visita que parece chiste si no hubiera algo indigno en el hecho de quitar algunos minutos, de los pocos que quedan, a un hombre que padeció años de cárcel por sus ideales políticos y pasó por la presidencia de su país asegurándose de salir tan pobre como entró. En suma, las cosas que Alito está dispuesto a hacer para mantener el control del PRI aseguran que, por este flanco, todo está tranquilo para la 4T.
Del lado del PAN no hay mayor noticia. Justamente esa es la noticia, lo cual no deja de ser notable porque hace apenas dos semanas el partido cambió de dirigente nacional. Jorge Romero sustituyó a Marko Cortés sin mayor pena ni gloria. Si bien no es un subordinado del líder anterior, el relevo tampoco ha sido percibido como la posibilidad de una renovación significativa en una organización atrapada entre escándalos de corrupción y la imposibilidad de atraer nuevos simpatizantes. El PAN estaría condenado a garantizar una cuota electoral de entre 15 y 20 por ciento, suficiente para legitimar los procesos electorales, insuficiente para inquietar el desenlace de una elección importante.
Y, por lo que respecta a Movimiento Ciudadano, sus líderes parecen estar empeñados en disipar la frágil celebridad que la organización logró en la pasada campaña. A duras penas consiguió mantener Jalisco, donde gobierna con una fuerza ideológicamente cada vez más desdibujada; y en Nuevo León los escándalos de corrupción y torpeza política del gobierno erosionan el porvenir de un partido que, a ojos de algunos, ofrecía una esperanza.
Según los sondeos de valoración, a casi dos meses de gobierno, Claudia Sheinbaum goza de los niveles de aprobación usuales en la luna de miel que suele acompañar el primer tramo a la toma del poder. A los que votaron por ella se han sumado muchos otros que, sin haberlo hecho, optan por ofrecer el beneficio de la duda o se dejan llevar por las ganas de que las cosas mejoren. Para ningún gobernante resulta sencillo mantener esa confianza, que en el caso de Sheinbaum supera la cifra de 70 por ciento de la población.
Pero, al menos, puede tener la tranquilidad de que, la inconformidad política, incluso en caso de que existiera en proporciones significativas, carece de algún vehículo mínimamente atractivo para constituir una mejor alternativa electoral al grupo en el poder. Oposición existe, desde luego, pero por lo pronto parece estar circunscrita a los espacios mediáticos y a la capacidad de negociación de los poderes fácticos que ahora operan sabiendo que, en términos políticos, no hay otra opción que Morena. Al menos por el momento. Y, a la luz de lo que estamos viendo, un largo momento.