Claudia Sheinbaum recibió un gobierno que goza de enorme respaldo popular y mucha fuerza política, pero en medio de un ambiente institucional enrarecido por las profundas reformas apresuradas que heredó de su predecesor
Unos dicen que es autoritaria y que en el fondo es aún más radical que López Obrador; otros la acusan justamente de lo contrario y afirman que es demasiado débil y que el escenario terminará desplomándose ante la ausencia de un mando firme como el que ejerció su predecesor. Otro de plano ya decretó, desde el título de su columna, que “no está pudiendo con el paquete”.
Lo cierto es que, tras apenas un mes de los 72 que le tocará gobernar, los críticos no se han aguantado las ganas de certificar, de una vez y para siempre, el supuesto fracaso del gobierno de Claudia Sheinbaum. No pudieron apuntarse esa victoria en el sexenio anterior y, por lo visto, ahora han querido comenzar más temprano.
Pero entre las prisas y los muchos rencores acumulados tendrían que reflexionar y no dejarse llevar por la pasión y sí por las necesidades prácticas, en el sentido de que Claudia Sheinbaum representa en este momento la principal variable para impedir que el país se desboque por abismos políticos y económicos insondables.
Podría entenderse que los críticos jugaran al torpedeo del único liderazgo político viable que ofrece el sistema, si hubiera una opción a la vista, una elección inmediata o una oposición preparada para asumir ese liderazgo. Pero en ausencia de todo ello, una presidenta en funciones es lo único que nos detiene frente al riesgo de un desplome súbito del peso frente a un embate externo (¿Trump?), del avance del crimen organizado en los aparatos del Estado o de la inestabilidad social y política por la ineficiencia del sistema para responder a los reclamos de los inconformes.
En el hipotético caso de que en verdad se desplome el gobierno entre dudas y pérdida de legitimidad, ¿qué impediría que el país sea destrozado por la intervención de cientos o miles de comunidades, agrupaciones vecinales, gremios, sindicatos, organizaciones de padres de familia, etcétera, movilizados para tomar instalaciones, vías de comunicación, espacios públicos? Es decir, por una epidemia de movilizaciones encaminadas a hacerse justicia, convencidas de la incapacidad del sistema para resolver sus agravios.
Y desde luego no me refiero a la crítica necesaria; el espacio público requiere de un espejo capaz de reflejar defectos, problemas e incorrecciones. Todo gobierno necesita de la retroalimentación que exhiba excesos e incluso de una oposición razonada. De lo que hablo es de las actitudes incendiarias que anticipan y anhelan el derrumbe del techo, solo porque no se construyó como ellos lo desearon; y sin consideración alguna respecto a los muchos sobre los que podría desplomarse.
Festinar la posibilidad de que el poder de Morena se fragmente entre distintos liderazgos que compiten entre sí es creer que el caos favorecería a los intereses de los opositores. Podría ser incluso lo contrario. Lo peor que puede pasar es padecer la “iniciativa” de gobernadores, coordinadores de comisiones legislativas y jefes de tribus del variopinto obradorismo, empeñados en competir entre sí para mostrarse como los más radicales y favorables a las causas populares. Lo hemos visto ya en dos o tres ocurrencias impulsadas por agendas personales. El impacto desestabilizador que esto tendría es obvio porque actúan desde el interés unilateral y, en ocasiones faccioso, sin ninguna consideración respecto a los equilibrios del conjunto. El hecho de que la Presidenta haya podido detenerlos tendría que decirnos algo del factor estabilizador que en estos momentos está desempeñando.
Con mayor o menor éxito, Sheinbaum ha hecho un esfuerzo tras otro para mantener la fortaleza del peso o enviar señales tranquilizantes a los mercados financieros; ha afrontado el tema de la inseguridad con estrategias explícitas que, si bien tomarán tiempo en aterrizar y no puede ser de otra manera, constituyen un deslinde claro sobre el “abrazos no balazos” de su predecesor; y ha avanzado políticas e iniciativas para una reforma de la administración pública que la haga más moderna y eficaz, de cara a las exigencias de los ciudadanos. No se trata de aplaudir incondicionalmente lo que está haciendo, pues mucho tendrá que legitimarse y, en su caso, corregirse sobre los resultados o la falta de ellos. Pero sí habría que alertar de que la peor noticia para todos es la posibilidad de que todas estas estrategias fallen. Apostar al fracaso con juicios categóricos que en mucho constituyen un perverso wishful thinking, son ganas de que se conviertan en autoprofecías cumplidas.
Sheinbaum recibió un gobierno que goza de enorme respaldo popular y mucha fuerza política, pero en medio de un ambiente institucional enrarecido por las profundas reformas apresuradas de las últimas semanas de su predecesor y preocupantes nubarrones en términos económicos. Lo que está haciendo, a ojos vistas, es transitar por la estrecha línea que supone enviar señales de conciliación a los mercados para buscar condiciones de crecimiento con desarrollo y, al mismo tiempo, asumir el liderazgo de un movimiento político que, en ausencia de su fundador, tiende de manera natural a fraccionarse en parcelas de poder. No puede hacer lo primero, incentivar los mercados, sin asegurar lo segundo, el respaldo del movimiento obradorista.
El deslinde que algunos quisieran en temas como la reforma judicial heredada es políticamente imposible, porque de inmediato sería rebasada por la izquierda, con los consecuentes efectos desestabilizadores. Sheinbaum está apostando a la difícil tarea de presentarse como la número uno del obradorismo y, al mismo tiempo, conducir un proceso de estabilización e incentivos que construya confianza entre los actores económicos. Fácil no es. Pero bien mirado, todo lo que ella ha hecho hasta ahora ha estado encaminado en esa dirección.
Y, por lo demás, la coyuntura no es la mejor. Dentro de una semana México podría afrontar el anticipado oleaje que provocaría el triunfo de Donald Trump. El mundo lo contempla con altas dosis de pesimismo e incertidumbre. Llegado el caso, habrá que reaccionar rápido y de manera conjunta para atenuar eventuales emergencias. Buscar fisuras en la estructura del barco, agrandarlas y provocar nerviosismo entre tripulación y pasajeros no sería, en este momento, la mejor de las contribuciones.