Trump puede ser voluble y víctima del ego, pero no es tonto y mal haríamos en asumirlo así; sus barbaridades pueden llevarnos a confundir su megalomanía con una incapacidad para interpretar la realidad, pero convendría no hacerlo
Considerando los cuatro años que nos esperan, conviene tomarse las dos horas que exige la película El aprendiz, del iraní Ali Abbasi, sobre los primeros años de la carrera empresarial de Donald Trump. Como cualquier otro film de los llamados biopic, tiene aciertos y desaciertos en la difícil tarea de resumir años de vida en unas cuantas pinceladas. La película ha sido objeto de una polémica encendida tanto entre los simpatizantes como entre los críticos del próximo presidente republicano. Unos porque en la primera hora de pantalla observamos a un joven Donald humanizado por su deseo de ser “alguien” en el mundo de los negocios inmobiliarios, pese al desprecio castrante de un padre emocionalmente enfermo. Personificado por Sebastian Stan del casting de Capitán América, nos muestra un Trump un tanto ingenuo que toca puertas, cobra rentas en las viviendas humildes, corteja beldades que en principio lo ignoran. Un largo tramo en el que el espectador se descubre deseando el éxito del futuro buleador y comienza a sospechar que se trata de una obra que intenta “vendernos” al hombre naranja. Momentos incómodos que nos llevan a removernos en la butaca, resistiendo el impulso de congraciarnos con las vicisitudes de un empeñoso emprendedor, decidido a vencer obstáculos entre las duras e implacables élites políticas y financieras de Nueva York.
Pero la segunda hora compensa cualquier vacilación. Relata, en particular, la relación que el joven contrae con Roy Cohn, un poderoso y ultraderechista abogado, amigo de mafiosos, políticos y jueces corruptos. Una figura que, incluso antes de la llegada del republicano a la Casa Blanca, había sido objeto de textos y documentales porque es un personaje clave para entender la oscura relación entre el poder y los negocios. Asesor del senador Joseph McCarthy en su cruzada anticomunista y en el juicio para conseguir la ejecución de los Rosenberg acusados de espionaje, consiguió mantenerse en los círculos cercanos a Nixon y Reagan. A principios de los 70, cuando conoce a Trump era el más poderoso fixer de la ciudad. Por razones no del todo claras, Cohn, protagonizado por Jeremy Strong, el hermano mayor en la serie Sucesión, adopta como pupilo y protege a Donald. Le ayuda a ganar, mediante las malas artes, una serie de juicios que estaban a punto de perderse ante el fisco y acreedores (con lo cual la leyenda Trump habría muerto antes de empezar) y, sobre todo, le abre camino con los fondos de inversión y autoridades que permitirán a Trump echar a andar sus grandes proyectos inmobiliarios.
Sin embargo, se trata de un beso del diablo. Cohn se convierte en una especie de tutor, de allí el título de la película, que habrá de convencerle de que el éxito en los negocios requiere una actitud no solo inmoral, sino salvaje y rabiosa. Según la película es él quien le inculca el código básico que Trump hará suyo: Número uno: ataca, ataca, ataca, para promover el miedo y ganar poder de negociación. Número dos: no admitir nada, negarlo todo. Número tres: siempre reclama la victoria, nunca admitas la derrota. En suma, no hay una verdad absoluta; hay verdades y el paso por la vida consiste en imponer la propia.
A lo largo de la segunda mitad de la película veremos la transformación del aprendiz en maestro y la manera en que convirtió estas tres reglas no solo en método profesional, también en prácticas de vida incluso en la relación familiar y de pareja. El film incluye una comentada y dura escena en la que viola a Ivanna, entonces todavía su esposa. En algún momento comenzamos a darnos cuenta de que el Trump de la película ha perdido todo rastro de decencia o dignidad, porque el método ha dejado de ser eso y se ha convertido en una justificación para tomarlo todo sin otra consideración que el propio beneficio.
La película termina a mediados de los años ochenta, cuando muere Roy Cohn y se cierra el círculo con la previsible moraleja del alumno que supera al maestro: un ensoberbecido Trump que da la espalda a un agónico Cohn afectado por el Sida. Como es comprensible, los abogados de Trump intentaron, sin éxito, boicotear la distribución de la película, aunque consiguieron retrasos significativos.
Más allá de los aciertos o desaciertos cinematográficos, quise abordar El Aprendiz en este espacio, que no es de crítica cultural y sí de reflexión política, porque muestra un rasgo de Donald Trump que suele pasar inadvertido o subestimado. Astucia innata mezclada con agudeza intuitiva para hacer valer sus posiciones y resolverlas a su favor. Las tres reglas señaladas arriba pueden ser brutales, pero no se nos puede escapar que en otras manos y otros contextos es un método seguro para terminar en la cárcel, en la quiebra o en el fracaso absoluto. Y el propio Trump ha estado al borde en repetidas ocasiones.
Lo que la película revela es la capacidad que tuvo el joven empresario para anticipar la recuperación de ciertos barrios de Nueva York cuando todo su entorno mostraba categóricos datos que lo contradecían. Las tres premisas carecen de valor si no van acompañadas de una aguda observación de la naturaleza humana, así sea intuitiva, para saber aplicarlas. Y, por otro lado, aparece un trazo de Trump poco conocido: el filme nos muestra a un joven que no bebía, no fumaba ni se drogaba, en una época en la que parecían requisitos en el mundo de los negocios.
Y todo esto es importante, porque los dichos y arranques de Trump son interpretados como ocurrencias absurdas que solo la irracionalidad creciente de la opinión pública estadunidense ha hecho exitosas. Puede ser voluble y víctima de su ego, pero dista de ser tonto y mal haríamos en asumirlo así. Los exabruptos y barbaridades que suelta pueden llevarnos a confundir su megalomanía con una incapacidad para interpretar la realidad, con una inconexión severa con el mundo. Convendría no hacerlo. Trump es el único presidente que ha podido regresar a la Casa Blanca, además de Grover Cleveland hace casi un siglo. Atribuir su éxito a la locura del electorado, al azar o solo a las circunstancias, daña cualquier estrategia para afrontar lo que se nos viene encima. La película ofrece elementos adicionales para entender que hay una astucia perversa detrás de este fenómeno.