Los comentaristas críticos de la 4T usaron la nota roja y la convirtieron en guerra política, sin importar que la tasa de homicidios bajó por tercer año o que a finales del sexenio de Peña los criminales saldaban el día con 86 asesinatos
Al margen del flujo de malas noticias sobre el gobierno de la 4T que comentaristas y prensa crítica puedan encontrar, cuentan con un recurso que han creído infalible: la llamada nota roja, convertida en nota política, es la zona de reserva en la que siempre encuentran los misiles para las jornadas “flojas”. A razón de 70 muertos por día, basta seleccionar los casos más sangrientos o las extorsiones más indignantes para mostrar a un país en llamas. No importa que la tasa de homicidios haya descendido por tercer año consecutivo o que a fines del sexenio de Enrique Peña Nieto los criminales saldaban el día con 86 asesinatos promedio. Total, el hartazgo de la opinión pública y la información presentada sin contexto, cumplen a cabalidad el propósito de los críticos.
No pretendo señalar que la violencia y en general la inseguridad pública sea un problema menor ni mucho menos. Más allá de las estadísticas hay un efecto acumulado por tantos años de indefensión de los ciudadanos, una exasperación real. Durante su sexenio Peña Nieto abordó el problema mediante el sencillo expediente de no abordarlo; entre otras cosas al conseguir un conveniente pacto de silencio con una muy aceitada prensa. Evitar la nota roja, para no recordársela a la opinión pública, fue juzgado por editores, columnistas y dueños de los medios de comunicación como una actitud responsable y de buen gusto. Una deferencia al público para no regodearse con los incidentes del México violento.
Una deferencia que, obviamente, desapareció con López Obrador. Lo que era mal gusto (publicar las crónicas de ejecuciones y descabezados) se convirtió en apreciada munición política imposible de desaprovechar. La nota roja pasó a convertirse en protagonista indispensable de las portadas de los diarios y las cortinillas de noticieros en radio y televisión.
Pero de alguna manera con López Obrador sobraba material para la crítica de parte de sus malquerientes. El mandatario y sus mañaneras, sus dichos y procederes, tan contrastantes con el perfil presidencial que el sistema había canonizado, ofrecieron el parque necesario para alimentar un cuestionamiento mordaz y sistemático. En otro texto habría que abordar las razones por las cuales la cobertura tan negativa por parte del grueso de los medios no hizo mella en la imagen de López Obrador. Los altos niveles de aprobación con los que terminó o los índices de votación cercanos a 60% el pasado verano, muestran inequívocamente que los medios de comunicación fueron incapaces de incidir en la opinión de la mayoría de los mexicanos. Lo cual llevaría a pensar que: a) carecen del alcance que dicen tener, b) tienen alcance, pero la gente no cree en ellos o, c) una mezcla de las dos razones anteriores. El hecho es que la realidad que han difundido los medios en los últimos años no coincide con la realidad que perciben más de la mitad de los mexicanos.
Algo similar podría estar pasando con el tema de la violencia. Según el Inegi el porcentaje de la población que considera insegura a su ciudad alcanzó su cota más alta en los últimos trimestres del gobierno de Peña Nieto con 76.8%. Pero comenzó a bajar a lo largo de todo el sexenio de López Obrador hasta llegar a su última lectura: 59.4%, en el segundo trimestre de 2024. Una progresión que camina en sentido inverso a la creciente cobertura y exposición de la violencia por parte de los medios. Curiosa paradoja, entre más “hablan” los medios de la inseguridad, menos inseguras se sentían las personas en nuestro país, a juzgar por las encuestas a población abierta realizadas por el Inegi.
Quizá esta aparente ironía deja de serlo cuando observamos la actitud de la población con respecto a las instituciones. El Ejército y la Guardia Nacional merecen la confianza de alrededor de dos tercios de los mexicanos; mientras que más de la mitad no tiene confianza en los medios de comunicación. Es decir, pese a la insistencia de los medios en la omnipresencia de la violencia, los principales responsables de combatir la criminalidad no pierden credibilidad. Por el contrario, son los medios quienes despiertan una creciente desconfianza.
¿Qué nos dice todo esto? En primer término, lo que nos está señalando es que el uso político o propagandístico de la violencia no ha surtido efecto. Seguramente es muy efectivo para “predicar a los conversos”. Los lectores críticos de la 4T encontrarán en ese despliegue de sangre e inseguridad motivos renovados, día a día, para su indignación. Pero eso no está afectando a la percepción de conjunto por parte de la sociedad ni modificando las simpatías políticas o, más decisivo aún, la intención de voto de los ciudadanos.
La moraleja de todo esto es pertinente porque en los primeros días del sexenio de Claudia Sheinbaum “la explotación” de la nota roja se ha acentuado. Y supongo que la inercia política acelerará esa tendencia. El perfil científico de Sheinbaum, las capacidades profesionales de ella y de su equipo, les harán menos susceptibles a la crítica “fácil” y anecdótica con la que los medios se cebaron en el caso de López Obrador. Material encontrarán, desde luego, pero será menos abundante que en el sexenio anterior, en el que críticos y opinadores generaron un antagonismo personal respecto a la figura presidencial, alimentado por ambas partes, hay que decirlo.
En los últimos días los escándalos políticos del momento han experimentado el consabido ascenso, auge y caída, para desaparecer una semana más tarde (“sobrerrepresentación”, adscripción de la Guardia Nacional a la Sedena, y se encuentra en proceso la reforma judicial). Pero no así el tratamiento estridente de la violencia que, a falta de otras cosas, ha adquirido un protagonismo político sistemático día tras día.
Dicho lo anterior, es evidente que la inseguridad pública constituye un reto mayúsculo para el nuevo gobierno. Al margen de las estadísticas, es evidente que en algunas regiones el empoderamiento del crimen organizado es inadmisible. La inseguridad no es un bote que el gobierno pueda seguir pateando “para más adelante”. Y no lo ha hecho. La Presidenta lo ha encarado explícitamente con una propuesta ambiciosa; contra esa estrategia habrá de ser valorada a partir de resultados, no de coberturas interesadas en la provocación y explotación del miedo. Entre otras cosas, porque los medios ya invirtieron en ello un sexenio sin éxito. La prensa crítica siempre es necesaria en una sociedad, a condición de ejercerla de forma responsable y ponderada. Ensangrentar los titulares no parecería ser la mejor manera.