No le pidamos imposibles a Claudia Sheinbaum, pero habrá que tomar decisiones para sanear lo que comienza a pudrirse. El pleito entre Adán Augusto López y Ricardo Monreal seguramente será resuelto momentáneamente, pero revela un cáncer terminal.
En realidad, López Obrador no pasó la estafeta a un sucesor (sucesora en este caso), sino a un equipo. En principio, puede pensarse que se trata de una solución inteligente: un equipo es mejor que un liderazgo único. Entregó la presidencia a Claudia Sheinbaum, el partido político a su hijo Andrés y a Luisa María Alcalde (dos leales a Palenque), pero el Poder Legislativo a dos rivales de Sheinbaum: Adán Augusto López y Ricardo Monreal. Una fórmula que deviene en pesadilla cuando el poder es ejercido por un equipo que no es equipo.
Hace 18 meses escribí algo parecido, cuando el presidente anunció que los segundos y terceros lugares de la lucha por la candidatura de Morena se harían cargo de las Cámaras, y el ganador de Palacio Nacional. Afirmé, entonces, que era un diseño para la tormenta perfecta. Justo lo que está sucediendo. Por lo demás el mandatario sabía cómo quedaría el resultado de la interna de Morena. Conocía a Adán Augusto (quien siguió siendo priista en Tabasco durante años en contra del PRD de El Peje) y a Ricardo Monreal, a quien el propio López Obrador acusó de ser un traidor. Ambos acabaron en Morena no por convicción, sino por oportunismo. AMLO no podía ignorar que se trata de operadores políticos en busca de su propia agenda, carentes de cualquier ideología.
Entregar la Presidencia a una colaboradora imbuida de los principios ideológicos y éticos del movimiento, practicante de la justa medianía, con la consigna de modernizar y llevar a la 4T a su segundo piso, fue un acierto. Pero imponer a la capitana del barco el contrapeso de dos marrulleros en el poderoso Poder Legislativo, constituye un misil bajo la línea de flotación. En otra ocasión habría que preguntarse por qué lo hizo.
No es correcto responsabilizar a Claudia de una situación que ella recibió como hecho consumado. Y en cien días no iba a cambiarlo. El tema es ¿qué va hacer para resolverlo?
Los dos coordinadores en las Cámaras están haciendo su juego: acatan las indicaciones de Palacio y las operan a rajatabla entre los legisladores. Es decir, formalmente aceptan el liderazgo de la Presidenta. Pero en todo lo demás, que es mucho, hacen lo necesario para ampliar su poder y su red de incondicionales, a contrapelo del equipo de la Presidenta.
Lo grave es que se trata no solo de un asunto de parcelas de poder entre los herederos de López Obrador. No, en el fondo es también la definición de lo que será el llamado humanismo mexicano: un movimiento transformador de cara a una sociedad más justa o una maquinaria aplanadora para mantener el poder de nuevas camarillas (es decir, un PRI reciclado). Quiero pensar que Claudia puede representar lo primero, y definitivamente creo que Monreal y Adán Augusto son lo segundo. Por desgracia, el sexenio se nos puede ir completo en esa ambigüedad.
¿De veras los necesita? Sí, operan gestiones en lo inmediato, pero a la larga el costo es inadmisible. ¿Son imprescindibles para aprobar las reformas, el presupuesto, la revocación del mandato? Lo dudo.
Alejandro Páez escribió este lunes: “Cualquiera tiene derecho a preguntarse cuál es el fin, entonces: ¿incorporar a lo más podrido de la política para conservar el poder? Si es así, entonces que alguien explique qué diferencia hay entre esto y lo que hacían el PRI o PAN. Me parece que Claudia Sheinbaum lleva ya bastante tiempo sacando la cara por gente de alto riesgo y en algún punto tendrá que parar. Le sugiero respetuosamente que sea ahora. Cuántos Adrián Rubalcava, Eruviel Ávila, Miguel Ángel Yunes, Jorge Luis Lavalle Maury o Alejandra del Moral se necesitan para echar a perder un proyecto de nación?”
Sabina Berman reflexionó el domingo sobre los abrazos a Layda Sansores, Yunes o gobernadores impresentables: “los políticos están confundiendo a la Presidenta con la Virgen de Guadalupe, cuya cercanía santifica a los pecadores y la pregunta es por qué Claudia lo permite. No debería regalar así su estampa. Esas fotos tiznan la confianza de los electores en ella”. Y yo agregaría, ofrecen un festín a los que consideran a la 4T una farsa y minan el beneficio de la duda de los que después de todo querían darle una oportunidad.
¿Qué hacer?
1.Las definiciones tendrían que comenzar desde ahora. En lo inmediato, asumir que llevar la fiesta en paz es un error cuando los otros lo convierten en oportunidades para arrebatar y los gestos de conciliación son interpretados como señales de debilidad.
2.Es imprescindible asumir una noción de tolerancia cero a las corruptelas y abusos de estos ex priistas y repudiar sus métodos. Es tal el control político de Morena que ya no puede aceptar los “haiga sido como haiga sido”. Palacio necesita mostrar que es más importante la nueva ética que ganar a cualquier costo (normalmente el de Adán y Monreal).
3.Una estrategia para asegurar que la responsabilidad recaiga en cuadros con una convicción ideológica congruente. Viene la definición de embajadas, organismos internacionales, Suprema Corte de Justicia, futuros gobernadores y las elecciones intermedias. Claudia ha sido acompañada por un equipo que en verdad tiene un compromiso ideológico y social. Habrá que hacer alianza con elementos aislados que lo comparten.
4.Desarrollar sus propios operadores políticos. Hay un evidente desequilibrio entre el fuerte brazo económico y el débil brazo político en su gabinete, para efectos de la causa claudista. Rosa Icela Rodríguez es un elemento que servirá para otras cosas, pero en Gobernación no va a ser contrapeso a los otros caudillos. Sheinbaum no puede asumir por sí misma la conducción política, como lo ha hecho hasta ahora, porque la operación de cada día exige atención total (incluso López Obrador, después de hacerlo así los primeros tres años, nombró a Adán Augusto para la segunda mitad del sexenio).
5. Es imperativo hacer una alianza de largo plazo con la dirigencia de Morena para que, en la puja con los ex priistas, termine por imponerse una visión de país congruente con el ideario. Puede haber diferencias y matices entre Palacio y el partido, pero ambos pertenecen a las corrientes progresistas del movimiento.
En suma, es evidente que López Obrador creyó necesario recurrir a una legión de ex priistas y oportunistas en su administración. Quizá las circunstancias lo exigían, por la insuficiencia de cuadros en 2018. Resultan menos claras las razones por las cuales los empoderó para el siguiente ciclo. Hoy son tóxicos. Peor aún, podrían ser mortales para el movimiento si terminan por apoderarse de él o simplemente desprestigiarlo sin remedio. Ha llegado el momento de definiciones.