Trump, usted y yo

Ciudad de México /
Alfredo San Juan

Poco o nada podemos hacer frente a la alta probabilidad de que Donald Trump gane las elecciones la próxima semana y atormente al mundo durante los siguientes cuatro años, a partir de enero. No importa cuántas veces nos digamos unos a otros que se trata de un triunfo absurdo de la estupidez o la maldad, encarnada en un hombre que constituye la representación misma del narcisismo y el abuso.

El regreso de Trump no solo es alarmante por las consecuencias que podría acarrear para el mundo en lo general, y para los latinos y mexicanos en particular. Ya habrá tiempo y espacio para que los expertos revisen las estrategias políticas y económicas a las que unos y otros tendríamos que recurrir para paliar el impacto de la presencia de este personaje en la Casa Blanca. Este fin de semana The New York Times anticipó un análisis sobre las posibilidades de que Trump cumpla esta vez sus peores amenazas. El diario concluye que, a diferencia de su primer periodo, en esta ocasión no podríamos confiarnos en que luego olvide sus advertencias o sea incapaz de ponerlas en marcha. Le evitaré al lector los ominosos presagios en los argumentos de la publicación neoyorquina.

No, en el fondo lo más grave no es lo que pueda suceder una vez que llegue Donald Trump al poder. Lo verdaderamente preocupante es darnos cuenta de los extraños tiempos que vivimos y lo que eso significa para nuestras vidas. Que un mentiroso compulsivo, que ha hecho del abuso y el bullying su estrategia de éxito, obtenga la posición de mayor poder en el planeta sin necesidad de esconder sus defectos, sino ostentándolos abiertamente, dice mucho del mundo que ahora habitaremos.

Con frecuencia se ha dicho que la elección de Hitler en los años treinta constituyó una dura lección respecto al hecho de que las masas no siempre tienen la razón, ni necesariamente optan por lo que en verdad les conviene. Pero también se aducía que había circunstancias excepcionales e irrepetibles en la crisis que sufría Alemania en ese momento y en el estado emocional de sus habitantes. En todo caso, que se trataba de una anomalía, la excepción a una regla. Una mala pasada de la historia.

Estados Unidos no se encuentra en esa crisis ni nada que se le parezca. Se trata del pueblo con mayor poder adquisitivo en la historia, goza de altos niveles de instrucción (formal al menos), salud y, supuestamente, información. Se supone, además, que es la sociedad con mayor desarrollo en términos de libertad de prensa y de expresión, la cuna misma de la democracia, el referente a alcanzar, el american way of life que nos esperaría si mantenemos la ruta de la zanahoria del mercado libre y la apertura democrática.

Personajes como Javier Milei o Donald Trump han existido siempre en la escena pública. Tóxicos, extravagantes, impresentables. ¿Qué ha pasado en el mundo para que millones de ciudadanos presumiblemente educados y formados en valores que contradicen todo lo que ellos pregonan terminen convirtiéndolos en sus líderes?

Desde luego pueden aducirse razones de desesperanza y malestar de muchas personas que se sienten lastimadas por la economía. La pregunta es: ¿qué los lleva a creer que la respuesta es optar por un adolescente emocional, perverso, peligroso y buleador como Trump?

La explicación del éxito de este millonario truculento tendría que ir más allá del argumento simplista de la white trash, la mayoría racista o el fanatismo religioso. La mitad de la población, esa que va a votar por el republicano, excede esos estamentos. Sorprendería observar la cantidad de estadunidenses racionales y educados (“decentes”, dirían las viejas crónicas) dispuestos a sufragar por el millonario estrafalario.

Y, por lo demás, no se trata de una crisis abismal ni nada que se le parezca. La economía de Estados Unidos ha tenido mejor desempeño que el resto de las potencias en la última década, exceptuando a China (pero incluso la diferencia con el país asiático ha aminorado en los últimos años).

Más que encontrar una explicación en los datos duros de la situación económica de sus habitantes, habría que pensar en la percepción que ellos tienen de esos datos duros. Es decir, no es la realidad lo que los empujaría a un candidato extremo, sino la manera en que la perciben.

Datos adversos al bienestar de los ciudadanos pueden encontrarse, por supuesto. El problema es la manera en que ellos están reaccionando a estas adversidades. Parecería que la conciencia social se ha infantilizado emocionalmente. Un comportamiento social incapaz de procesar un dato frustrante, rehén del victimismo inmaduro y de la comodidad en la atribución de los males a culpas ajenas. Es ese analfabetismo moral lo verdaderamente grave. El egoísmo duro y descarnado, provisto de tecnología, pero no de civilización, convertido en motor del comportamiento de la sociedad. ¿Qué mezcla de individualismo consumista, de milagros tecnológicos, de gratificaciones ininterrumpidas nos ha traído hasta acá? ¿Son Trump y los Milei la nueva realidad?

La próxima semana bregaremos con las implicaciones políticas y económicas de un triunfo de Trump, en caso de que suceda. Por el momento, solo me pregunto qué diremos a las nuevas generaciones a las que durante años hemos intentado inculcar el respeto a valores centrados en la decencia moral, cuando la realidad les estaría mostrando el contundente triunfo del avasallamiento egoísta.


  • Jorge Zepeda Patterson
  • Escritor y Periodista, Columnista en Milenio Diario todos los martes y jueves con "Pensándolo bien" / Autor de Amos de Mexico, Los Corruptores, Milena, Muerte Contrarreloj
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