En la industria del cine y dentro del género de horror existen clichés particulares que se repiten en la creación de personajes malvados. Uno de estos modelos, aparentemente inofensivo pero profundamente problemático, es el uso de características físicas y neurodivergentes como marcadores de villanía o peligro.
Es común encontrar en las películas que las cicatrices visibles, lesiones faciales, limitaciones corporales suelen emplearse para construir personajes terroríficos. Sucede también con algunos rasgos de personas autistas como la falta de contacto visual, las estereotipias, la gesticulación inusual o las ecolalias, que son presentados como características de personajes a los que se debe temer.
La creación de personajes malvados a través de la neurodivergencia y las diferencias físicas impulsa una percepción binaria de las personas “normales” y “anormales”. Lo que no solo reduce a personas reales con estas características a un estereotipo, también perpetúa la idea de que estas diferencias están relacionadas con una disminución de su humanidad y fomentan emociones de miedo, horror y repulsión. Este enfoque perpetúa un mensaje claro: lo “anormal” es sinónimo de amenaza.
En un contexto donde el capacitismo–actitudes que discriminan a personas con condiciones médicas, discapacidades físicas o neurodivergencias– siguen siendo desafíos en nuestra sociedad, estas representaciones son mucho más que clichés.
En esta temporada las celebraciones y disfraces muchas personas, sin darse cuenta y sin la intención consciente de lo que implica, se inspiran en personajes de dicho tipo de películas retoman estos patrones en sus disfraces, reforzando los estereotipos que el cine ha perpetuado. Al hacer esto contribuyen a validar y reafirmar una narrativa del miedo a las personas “diferentes”.
Nadie merece invalidación por ser diferente, por ello elijamos representaciones respetuosas y creativas que no refuercen estereotipos que deriven en exclusión y discriminación.