Nuestra interpretación del mundo está sujeta a la recepción e interpretación de los estímulos que nos rodean, y todo es estímulo. Positivo, negativo, sutil, brusco, físico, psicológico, de cualquier tipo. A pesar de esto, no fue sino hasta el siglo XIX que se empezó a estudiar seriamente la relación entre un estímulo y su percepción, fundando así una rama de la psicología llamada psicofísica. Conforme el estudio de esta rama avanzaba se fueron descubriendo ciertas reglas que cualquier persona “normal” sigue a rajatabla y que son muy difíciles de controlar y manipular.
Utilizando como base estudios previos de Ernst Heinrich Weber, Gustav Fechner, uno de los padres de la psicofísica, ideó el primer modelo para describir la percepción subjetiva, a la cual hoy se le conoce como la Ley Weber-Fechner. La ley reza así: “El menor cambio discernible en la magnitud de un estímulo es proporcional a la magnitud del estímulo”, es decir, la unidad mínima para que un cambio sea notorio va a depender del tamaño del estímulo. Por ejemplo, cuando sostienes una pesa de 1 kilo y te agregan 0.5 kilos más, la percepción del cambio es notoria. Sin embargo, si estás cargando 50 kilos y te agregan 0.5 kilos, la percepción del cambio es casi nula. En este ejemplo, la magnitud del estímulo es 1 kilo o 50 kilos, pero el cambio en la magnitud es el mismo (0.5 kilos). En un caso lo sientes, en el otro no. Si bien aquí el estímulo es físico, sucede también para cualquier tipo.
Fechner fue un poco más allá y matematizó su ley (no incluyo la ecuación en esta columna) concluyendo que, si un estímulo crece en progresión geométrica, la percepción de ese estímulo evolucionará en progresión aritmética, es decir, entre más grande sea el tamaño del estímulo, la unidad mínima de cambio necesaria para apreciar el nuevo estímulo también crece, pero a un ritmo considerablemente menor. Dicho esto, y como bien conoce el lector recurrente de esta columna mi gusto por explicar lo que está pasando a la luz de las ciencias conductuales, apliquemos la Ley Weber-Fechner a la coyuntura actual.
Llevamos varios meses sujetos a un bombardeo de noticias políticas y de estímulos fuera de lo normal: el resultado “no esperado” de una elección nacional, una depreciación sostenida del peso, las perspectivas de un cambio más radical en el ambiente político y económico del país, reformas constitucionales que atentan el status quo, el miedo de una recesión (inminente o no) en el horizonte, entre muchas otras cosas. Al inicio, como bien lo dice la Ley Weber-Fechner, nuestra reacción a esos estímulos fue desmedida. El día posterior a la elección el peso se depreció casi 4% (de 17.01 a 17.69). Diez días después la depreciación ya era mayor a 10 (a $18.75). Sin embargo, conforme iba avanzando el tiempo, las reacciones fueron menguando, no porque el riesgo se haya disipado, sino porque nos fuimos “acostumbrando” a él.
Conforme el riesgo se va acumulando, el estímulo necesario para percibirlo es cada vez mayor. De hecho, siguiendo la matematización de Fechner, el riesgo puede crecer de manera geométrica, pero nuestra percepción de ese riesgo va a tender a crecer de manera aritmética, es decir, el cambio en el riesgo debe ser cada vez más grande y evidente para que reaccionemos ante él. ¡Así estamos cableados! Sin embargo, esto nos lleva a un problema bastante evidente: si la acumulación de riesgo se da de manera paulatina, es altamente probable que no reaccionemos.
¿Qué podemos hacer para evitar que esto nos suceda? Lo primero es hacer cierto ayuno de plataformas de noticias de alta frecuencia, como X. Nassim Taleb dice que él prefiere leer poesía y que si un acontecimiento es lo suficientemente importante encontrará la manera de llegar a sus oídos. No hay mejor recomendación: deja que el tiempo filtre de manera natural lo que es importante de lo que no lo es. Si no lo hacemos, la saturación de información empieza a incrementar el tamaño del estímulo, requiriendo cada vez estímulos más fuertes para reaccionar.
Una vez realizado esto, debemos empezar a variar los estímulos. No basta con reducir lo que nos está saturando, hay que complementar ese espacio con otra variedad de cosas, de tal forma que la convivencia de estímulos tenga un efecto “diversificador”. De esta forma, cuando estemos en contacto con el estímulo original, la saturación será menor y nuestra reacción a él podrá ser más apropiada.
En resumen, la saturación de estímulos es un riesgo real que nos hace tomar decisiones poco acertadas. Ser consciente de esto te ayudará a atemperarlo, más no a evitarlo. Sin embargo, buscar atemperarlo es una herramienta poderosísima al momento de tomar una decisión. Como la fábula de la rana en la olla, si la rana sabe que está en una olla y sabe que la temperatura está subiendo, es altamente probable que tome medidas para evitar morir, pero si no lo sabe, la muerte es irremediable. No seas una rana más.