Todo un librito (Baskerville. The Biography of a Typeface, Weidenfeld & Nicolson, 2023) sobre una fuente tipográfica y quien la inventó. Dice su autor Simon Garfield que John Baskerville (1707-1774) pudo dedicarse con paciencia a crear su tipo de letra porque en Birmingham había amasado una fortuna con las lacas japonesas. Su primera obra maestra, “producto de una honda pasión y un largo cuidado”, fue un libro de Virgilio en latín; Baskerville se pasó siete años y unas mil libras esterlinas perfeccionando los tipos. Un trabajo obsesivo, el de un nuevo alfabeto con varios tamaños; un intento de mejorar la experiencia lectora para aquellos “con gusto”. La intensidad con que lo hacía acabó en “gran perjuicio para mis ojos”. Su trabajo se volvió una forma de arte en sí misma y no un mero acompañante del arte.
Ignoraba o no recordaba yo el modo en que los expertos en fuentes tipográficas hablan de ellas no sin menor elaboración que los catadores de vino. Los “catadores” tipográficos pueden decir cosas como “cautivador al extremo y poseedor de un encanto único”, “simetría absoluta y finísimo término”. Hay algo que se llama “fontificar”: pontificar pero sobre fuentes tipográficas. A veces, divertido. Por ejemplo un fontificador dice que Baskerville es el Cary Grant de la tipografía: sofisticado, afable y agudo.
Las estrellas de Baskerville son la g minúscula y la Q mayúscula. Escribo esto en Times New Roman, cuerpo tipográfico 16, y noto en efecto que comparada la g es feúcha y que el rabito de la Q es más bien como un padrastro en el dedo, un piquito de los que brotan al cortarse uno las uñas. En cambio en el doble glóbulo de la g en Baskerville el de abajo no cierra por completo: deja un hiato apenas perceptible y pleno de elegancia. Y en Baskerville la Q no es un rabito sino una larga cola de ardilla, casi ondulante.
Cerré el libro y me pregunté: ¿cambiar a Baskerville? Respondió mi propia voz interior: “Nah. Lo tuyo es Times NR desde hace 30 años. Sé fiel a tu fuente”.