No se ha visto nada igual desde la poesía clásica en lengua española, digamos desde las “rubias cabezas” de las ninfas de Garcilaso o el “mientras por competir con tu cabello,/ oro bruñido” de Góngora. O desde los tiempos de Marilyn Monroe y Brigitte Bardot, o Blonde Ambition de Madonna. En efecto: una pulsión por lo rubio. Pero aquí de un modo peculiar.
El primer brote lo registré el 6 de octubre del 2021 a las 5:27 de la madrugada, junto al Parque España. Meses atrás recibimos noticias de que en nuestro entorno tratarían de disminuir la plaga de cables que lleva todo este siglo ocupándolo todo en la ciudad de México. Hicieron cortes de cables y la verdad es que no se notó mucho la diferencia excepto en algo: meses después los cables dieron en brotar hilos rubios de sus puntas cortadas.
Rubiosidades en varias formas. Las hay como soplete, pincel, cola de caballo, mechero, trenza, estropajo, brocha, cometa, tiras sueltas. Algunas al esponjarse parecen algodones de dulce pero color oro. Otras, tristes pelos de elote. Otras, güero oxigenado que necesita su manita porque ya está enseñando el cobre, o la raíz, en verdinegro. Y otras, carne deshebrada, rancia; otras, sogas burdas, casi mecates envejecidos y secos.
El aire importa mucho aquí: las vuelve alas, lenguas, olas, tildes de ñ, tules flotantes.
Fui testigo de una exquisitez. Un cable descendía vertical desde otros cables horizontales. Su punta apenas rozaba la banqueta; no su punta: su brevísima mecha rubia. En ella quedó prisionera una ramita de árbol y cada vez que soplaba el aire se mecía leve, y apenas por encima del asfalto, sin desprenderse de la escobetilla de oro.
Los versos más famosos de Francisco de Terrazas, primer poeta en lengua española nacido en la Nueva España, se leen: “Dejad las hebras de oro ensortijado/ que el ánima me tienen enlazada”. Quién le diría a don Francisco que en esta su ciudad cinco siglos después podría verse tal imagen: hebras de oro que sólo enlazan un aro de cables negros.