Dámaso Alonso explica así (Soledades, Revista de Occidente, 1927; Alianza, 1982) los versos 153-162 de la “Soledad Primera” de Luis de Góngora: “También le sirven, en rojizos hilos como de fina grana, cecina de macho cabrío: de un macho cabrío que había sido durante casi cinco años esposo de más de doscientas cabras, tan atrevido que jamás perdonó racimo su diente, aunque estuviese coronando la misma frente de Baco (y menos aún si el racimo estaba simplemente en las vides), macho al que el Amor coronó siempre como vencedor en los combates que por celos y a testarazos mantienen unos machos con otros, hasta que se presentó un rival joven, de poca barbilla, de cuerno no muy duro, que le venció, librando así con la muerte del viejo tantas vides como éste aún hubiera podido desmochar”.
Los versos de Góngora: “El que de cabras fue dos veces ciento/ esposo casi un lustro (cuyo diente/ no perdonó a racimo aun en la frente/ de Baco, cuanto más en su sarmiento:/ triunfador siempre de celosas lides,/ lo coronó el Amor, mas rival tierno,/ breve de barba y duro no de cuerno,/ redimió con su muerte tantas vides),/ servido ya en cecina,/ purpúreos hilos es de grana fina”.
Tomo los versos no de las Soledades que editó Dámaso Alonso sino de las Soledades (Castalia, 1994) que editó Robert Jammes. Ahí viene lo que Juan de Jáuregui dijo sobre este pasaje en su Antídoto contra la pestilente poesía de las “Soledades” (1614). Los conceptos y pensamientos del pasaje le parecían “indignísimos de poesía ilustre, y merecedores de grande reprehensión”. Redujo las preciosidades de Góngora a una sola cosa: “(los versos) del cabrón que se comía las uvas”. Confieso que me gana la risa cuando veo este enojo reductivo de don Juan de Jáuregui. Lo cierto es que Jammes le agradece sus críticas: permiten ver la novedad que fue Góngora en su tiempo. Y más aún, y más allá del “cabrón”: aquí, como en todo su poema, Góngora no deja de admirar y hacernos admirables las cosas más humildes de la vida cotidiana.