Dice Mary Beard (TLS, 3/12/24) que Gladiator II pudo ser peor, con un guión que al principio haría el cantante Nick Cave a pedido del Gladiator I, Russell Crowe. Como en la primera película el personaje Máximo que interpreta Crowe muere también en la arena al matar al tiránico emperador Cómodo, no había modo de revivirlo en la secuela. Para resolver esto el guión de Cave abría con Máximo en el inframundo. Un grupo de dioses paganos logra transportarlo de nuevo al mundo de los vivos, en Roma, más de dos décadas después de su muerte. Ahí el nuevo villano imperial es Lucio, el sobrino de Cómodo, hijo de su hermana Lucila. Ahora la oposición a la autocracia romana corre a cuenta de los cristianos con quien Máximo se alía antes de que un torbellino se lo lleve por las eras (es en serio) de un conflicto armado a otro. Va a las Cruzadas, a la Primera y Segunda Guerra mundiales, a Vietnam. El guión termina con una escena final en el Pentágono. Crowe le dijo a Cave: “No me gusta, mano”. Al final los guionistas del director Ridley Scott tomaron un camino distinto, sin recurrir a intervenciones divinas ni a viajes en el tiempo. Crowe se quedó sin papel.
Se me ocurre que el guión de Nick Cave puede curarse y obtener una segunda oportunidad. Desde 2016 supe por el escritor Richard Ford que Donald Trump era aficionado a las “artes marciales mixtas”, peleas en jaulas de acero. Ahora en 2024 uno de sus insultos fue decir que los inmigrantes debían pelear entre sí en esas jaulas, como diciendo: sería muy buen espectáculo ver salvajes despedazarse.
Añadamos al guión de Cave: Máximo viaja también a este tiempo. Por un golpe de trama, al aberrante Trump lo posee el vil espíritu de Cómodo, sabido aficionado a la arena, y decide trumposamente meterse en las jaulas de pelea a despedazar él mismo víctimas a modo, débiles, heridas. Pero el espíritu de Máximo-Crowe encarna en un migrante. Gran fin y justicia poética: Cómodo-Trump, el trumpeador trumpeado en una amarga jaula de acero.