La semana pasada, el ámbito académico, profesional y personal se detuvo para despedir a José Juan Nettel Rueda, un hombre cuya huella fue tan profunda que no caben palabras suficientes para describir lo que dejó en cada uno de nosotros.
Quienes tuvimos la suerte de conocerlo, de trabajar a su lado y de aprender de su pasión y sabiduría, nos quedamos con el corazón lleno de nostalgia, pero también de gratitud.
En su vida, “Peco”, como lo conocíamos cariñosamente, siempre fue mucho más que un arquitecto, más que un docente, más que un compañero; fue un amigo verdadero, siempre dispuesto a brindar su apoyo, su tiempo y sus consejos.
Hijo de José Juan Nettel Díaz y María de los Ángeles Rueda Cataño (QEPD), y hermano de Úrsula, Bárbara y Francisco Nettel Rueda, “Peco” fue una persona que, además de su destacada trayectoria profesional, supo ser un ser humano extraordinario, siempre fiel a los valores de la familia y la amistad.
En su vida, la figura de hijo, hermano y padre ocupó un lugar tan importante como su carrera y, en su rol de amigo, fue una presencia constante y firme.
Muchos de nosotros, quienes tuvimos el privilegio de conocerlo, sabemos que más allá de su éxito profesional, lo que siempre distinguió a José Juan fue su calidad humana.
Se entregó sin reservas a sus seres queridos y a quienes lo consideraban parte de su círculo de confianza, apoyando, aconsejando y compartiendo su sabiduría con una generosidad que pocos poseen.
Nettel, sin duda, un hombre de múltiples logros, pero su grandeza no se limitó solo a sus títulos o reconocimientos.
Nació como arquitecto en la Universidad Iberoamericana de México, donde se distinguió por su dedicación y pasión por su disciplina.
Posteriormente, amplió su horizonte académico al estudiar la Maestría en Ciencias en Ingeniería Administrativa, un campo en el que también dejó su huella.
Su esfuerzo y compromiso fueron premiados con la mención honorífica en el proyecto “México, Esplendores de XXX Siglos”, un trabajo que hoy es testimonio de su rigor y talento.
A lo largo de los años, desempeñó diversos cargos académicos en instituciones de prestigio, donde dejó una marca indeleble.
Fue secretario Académico de la Escuela de Diseño, coordinador Académico de Posgrado, director del Área de Artes y Humanidades en la UNE y, en sus últimos años, integró la planta docente de la FADU de la Universidad Autónoma de Tamaulipas, donde sus enseñanzas y su visión enriquecieron a generaciones de estudiantes que lo recordarán siempre como un maestro dedicado y apasionado.
No solo los colegas, sino los alumnos que pasaron por sus clases y proyectos, saben que José Juan Nettel fue un líder nato, un hombre que dirigía no con autoritarismo, sino con ejemplo, respeto y una incansable pasión por la enseñanza.
Cada clase que impartió estuvo marcada por un entusiasmo contagioso, una calidez humana y un compromiso con la formación integral de sus estudiantes.
Sabía que enseñar arquitectura no solo implicaba compartir conocimientos técnicos, sino formar seres humanos sensibles y comprometidos con su entorno, con su comunidad y con el mundo en general. Esa fue su verdadera vocación.
“El legado de un amigo como Peco no se mide en años, sino en la profundidad de las huellas que deja en los corazones; su pasión por la vida nos inspira a vivir cada día como un gol inolvidable”, expresó el Dr. Daniel Bucio.
Y qué cierto es. Las huellas de José Juan Nettel son indelebles, marcadas en nuestras memorias y corazones.
Y aunque hoy no lo tengamos físicamente entre nosotros, su presencia sigue viva en los recuerdos compartidos, en las enseñanzas que nos dejó, en el ejemplo de vida que fue.
Su legado no se mide en años, sino en la profundidad de los momentos que vivimos a su lado, en las conversaciones profundas que tuvimos con él, en la dedicación que ponía en cada proyecto, en cada lección.
Hoy, al mirar hacia atrás, no podemos evitar sentir una mezcla de tristeza y agradecimiento. Tristeza por su partida, por la ausencia de una persona que nos brindó tanto.
Pero también gratitud, porque lo que deja en nosotros es invaluable: sus enseñanzas, su pasión por la arquitectura, su ejemplo como ser humano, su amistad.
José Juan nos enseñó que la vida debe vivirse con entrega, con pasión, con dedicación y, sobre todo, con generosidad. Nos enseñó que las huellas que dejamos en los demás son el verdadero reflejo de nuestra existencia.
Y aunque se haya ido físicamente, su legado permanecerá por siempre con nosotros. En las aulas que llenó con su presencia, en los proyectos que dejó en el camino, en las conversaciones que compartió con sus amigos y alumnos.
Y sobre todo, en las memorias que atesoramos con cariño y respeto.
La vida es efímera, pero lo que realmente permanece son los recuerdos, las huellas que dejamos en los demás. Hoy nos despedimos de José Juan Nettel Rueda, pero lo hacemos con el consuelo de saber que su legado vive en cada uno de nosotros.
Adiós, querido amigo. Te extrañaremos, pero siempre te llevaremos en el corazón.