La nueva guerra de independencia

Jalisco /

De nada servirán los reclamos legítimos de los trabajadores y funcionarios del Poder Judicial. Tampoco de los expertos y juristas universitarios, los colegios profesionales y los analistas, ni las propuestas que ahora hacen un tanto a destiempo sectores de la iniciativa privada y, por lo visto, menos se atenderá al punto de vista que de manera fundada, o por lo menos preocupada, emitió el embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, como lo fue de distintos países. Salazar, quien de manera conciliadora ha corrido toda clase de atenciones al presidente de nuestro país y buscado soluciones reales a conflictos entre naciones que nunca han llegado a mayores, sólo quiso enfatizar lo que parece obvio: ¿qué certeza jurídica puede haber aquí para las inversiones y las empresas norteamericanas ya establecidas en México, sobre todo cuando se rompe la estructura y equilibrio fundamental de los poderes? Así lo piensa quien ha sido más que paciente ante diversas acciones contrarias a las normas establecidas en el tratado comercial de Norteamérica, y no por “injerencismo” arbitrario, (mira, quién habla). Hasta la posibilidad de diálogo quedó cerrada, pero esto no es fácil si no se quiere más que atender al caprichoso deseo de “cambiar el mundo” a un mes de aparentemente dejar de gobernar a los mexicanos. Ejemplo: no hay que olvidar que ya hay indicios que compañías como Tesla dejaron sus planes para mejores épocas.

El “regalo” que ofrece, perdón la palabra, descaradamente el actual líder de Morena y pronto titular de Educación Pública, Mario Delgado, como ofrenda final a López Obrador, en cuanto a la reforma judicial, parece un hecho consumado. Los mismos aduladores convenencieros del régimen, como el impresentable Manuel Velasco, balbucean de manera cínica que ya tienen cooptados a los tres senadores que les “hacían” falta para terminar de echar la aplanadora que hará trizas al Poder Judicial. De hecho, la iniciativa ya fue aprobada en “comisiones” y se discutirá, para poner el plato servido a la nueva Legislatura para que simplemente levanten la mano los cuatroteístas. Y a veces nos preguntamos, ¿eso es lo que queríamos los mexicanos? ¿dejar que se concentre todo el poder de manera unipersonal o tal vez en un duunvirato al estilo romano, aunque ahora con un hombre y una mujer? Y lo más importante, en esta lucha en la que va de por medio la independencia del único poder que había logrado tal condición, ¿se echará por tierra un principio central de la república? Y ¿qué tanto de su independencia realmente tendrá en lo sucesivo la futura presidenta?

La verdad es que hay mucho más que el simple afán de mejorar la justicia en México o de acabar con la corrupción en su sistema, lo cual sería plausible sencillamente con correcciones importantes a la operación de la Judicatura y todo su aparato en cualquier nivel. No, lo cierto es que animó el apetito presidencial, antes que nada, un deseo de vengarse de sus leyes que, atendiendo a principios constitucionales, toparon con la barrera de la Suprema Corte. Los deslices verbales del mandatario lo manifiestan las diatribas y denostaciones contra los ministros que no le dieron gusto y, de manera particular, contra la presidenta del organismo colegiado, Norma Piña. Y el otro deseo que no se oculta para nada es la determinación de absorber todo el poder posible y aniquilar la división establecida en la Carta Magna. Que se recuerde, en el pasado, hace ya décadas, el poder omnímodo presidencial vivió su tiempo, aunque no se descuidaban las formalidades ni se presionaba a niveles de ignominia. En resumidas cuentas, ahora se cumplió lo impensable, una mayoría avasallante en el Congreso hará lo que le plazca al presidente y a su partido. No parece lejano el día en el que, de esta manera, asomemos hacia un precipicio legal que podría trastocar con disparatadas elecciones de jueces, magistrados y ministros, la vida social de los mexicanos.

Mal hace el aún dirigente de Morena al calificar una acción que esta sí puede ser transformadora, pero para mal ya que terminará sin duda en debacle. De él, claro, puede esperarse todo. Lo grave es que la presidenta electa siga haciendo de sicofante del mandatario que vive la agonía del sexenio. No habla bien de la independencia y debida distancia que a estas alturas debería guardar y preservar, si bien seguimos creyendo en que algo más puede pasar al tomar la estafeta, como lo es la mayor parte de su gabinete que merece por ahora el beneficio de la duda. Inquieta, por ejemplo, que el presidente haya incrustado en el equipo de la presidenta a incondicionales a toda prueba, como la próxima secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez. ¿Quién duda que será esta el hilo conductor del “jubilado” en Palenque, si no mostró muchas habilidades para su delicado encargo en seguridad pública pero sí en su sumida y aplaudidora actitud ante su jefe?

Lo cierto es que en México sí se está librando una nueva guerra de independencia y actualmente no le vemos formas ni carácter a nadie de la 4T para cambiar el rumbo. La batalla no es sólo la que se da en el Poder Judicial. Se da en todas partes, y, de no ganarse, no estaremos ya distantes de vivir el despotismo de los amos de México.


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