El jorobado

  • Vademecum
  • Óscar Hernández G.

Laguna /

Para cualquier niño ver a una persona adulta jorobada es sumamente llamativo; para mi lo fue; no podía explicarme el por qué de una giba en la espalda y cómo es que caminaban por el mundo de esa manera tambaleándose por las calles. 

Pasaron muchos años con esas dudas. 

Un día durante mi servicio social en el Instituto Nacional de Nutrición de la ciudad de México, mi tutor el Dr Osvaldo Mutchinik me invitó a que lo acompañara a la sesión médica semanal del hospital; el Instituto es un referente en medicina de Latinoamérica.

Así es que ya imaginarán ustedes cómo la gran mayoría de los médicos respiraban y exhalaban un tufo de superioridad académica desbordada. 

La sesión consistía en resumen en la presentación de un caso “complejo” sin diagnóstico hasta esa fecha, por lo cual ameritaba que todos se enteraran de dicho caso. 

Cientos de estudios y laboratorios desfilaron por la pantalla del auditorio; el médico presentador, de una pulcritud avasalladora, no paraba de pronunciar palabras de la jerga médica rimbombantes; meses de estudio y fatigas para llegar al diagnóstico del por qué el enfermo cursaba con fiebre y tos crónica y peor aun con dolor intenso en la columna que avanzó hasta la desviación o escoliosis. 

El caso estaba expuesto ante una audiencia profesional privilegiada de América. 

En el fondo un residente o médico en entrenamiento ( había muchas especialidades) moreno, de talla mediana, pelo negro y regordete que no tenia el acento Chilango, sino fuereño, levantó la mano y con un tono así como “desdejado” pronunció Tuberculosis!. 

Todos lo voltearon a ver al mismo tiempo en silencio, solo se escuchó el roce del cuello de todas las batas blancas cuando lo vieron. 

¡Parecía como si hubiese pronunciado una blasfemia o herejía! El residente en cuestión se hundió poco a poco en su butaca. 

Casi al final después de una recriminación silenciosa leída subliminalmente como: “un cállate pendejo” cómo se te ocurre decir Tuberculosis; pasa al frente el patólogo, es aquel que emite el diagnóstico definitivo al ver al microscopio las muestras de tejido o biopsias pulmonares, y de hueso vertebral, con voz ceremoniosa pronuncia: 

El diagnóstico histopatológico de las muestras recibidas es: Tuberculosis de columna. 

Todas las eminencias no daban crédito que un mestizo que había escuchado por primera vez del caso, lo resolviera ahí mismo en 30 minutos.

Y es que la tuberculosis es una enfermedad de pobres, asociada a alcoholismo y desnutrición y últimamente a HIV y COVID. 

Fue el Cirujano británico Percivall Pott, quien describió en 1779, de forma clásica la tuberculosis espinal o llamada en los pasillos de hospital y salas de rayos X como el Mal de Pott. 

Un diagnóstico sencillo siempre y cuando se piense en ello.


sinrez@yahoo.com.mx

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