Ante un correo electrónico, en el que se asegura que José Alfredo no es poeta, sino “trovador”, la autora asegura: “No necesito reivindicarlo, pues su amplia obra es el sustento en el que vislumbramos la dimensión de sus temas”.
Hace pocos días recibí un correo muy particular, me ha dejado pensando sobre distintas locuciones que utilizamos, coloquialmente, para definir o resaltar las características de una persona. Los epítetos resultan muy elocuentes en algunos casos. Mi padre, por su obra, se definió de distintos modos y, varios de esos calificativos, todavía la gente los profiere para nombrarlo o evocar su personalidad.
“Es mi orgullo haber nacido en el barrio más humilde. Alejado del bullicio de la falsa sociedad. Yo no tuve la desgracia de no ser hijo del pueblo, yo me cuento entre la gente que no tiene falsedad…”.
El hijo del pueblo o el poeta del pueblo le viene de estos versos. Parto de aquí, ya que me parece que el autor del correo me reclama, pues asegura que yo intento reivindicar a mi padre como poeta. Él lo considera trovador del pueblo. Desde mi punto de vista, ambos son lo mismo, yo lo que he querido mostrar es, precisamente, que no hay diferencia entre un poeta y un aedo, juglar o trovador… Creo que no necesito reivindicar a José Alfredo, pues su amplia obra es el sustento en el que vislumbramos la dimensión de sus canciones.
Distintos juicios generan polémica o nos permiten debatir. No siempre tenemos que estar de acuerdo con lo que piensan los demás, sin embargo, poner el tema en la mesa ayuda o motiva a la gente a discernir. Por su canción “El Rey”, a José Alfredo muchos lo llaman así. No obstante, algunos, quizás por la prematura muerte de mi padre, adoptaron el epíteto al convertirse en intérpretes del tema. Señalo que no es mi canción favorita, pero creo que muestra un tópico que se presta de manera particular a la controversia. Por otra parte, la exégesis y su carga simbólica permiten que podamos llevar el análisis hacia múltiples interpretaciones.
“Yo sé bien que estoy afuera, pero el día que yo me muera sé que tendrás que llorar; dirás que no me quisiste, pero vas a estar muy triste y así te vas a quedar…”.
No cabe duda que él sabía que su vida se acercaba al final. Consciente de lo grave de su enfermedad, manifiesta en estos versos su sentir. Los que conocemos su obra y nos deleitamos escuchando las canciones, sabemos que José Alfredo podía expresar de la manera más sencilla los sentimientos y las emociones que lo estaban llevando a escribir tal o cual verso.
“Con dinero y sin dinero hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley; no tengo trono ni reina ni nadie que me comprenda, pero sigo siendo el rey”.
Dentro del análisis que se encuentra en el libro Cuando te hablen de amor y de ilusiones (Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato y Ediciones La Rana), indico que: “…nos guste o no, este protagonista sigue siendo el rey. El rey a nivel simbólico oculto es el reconocimiento propio de un destino cumplido en tanto compositor. Aunque José Alfredo Jiménez haya muerto, en la canción mexicana sigue siendo El rey”.
Segura estoy que mi padre de santo tenía muy poco; no hay más que rastrear sus letras para darnos cuenta de sus numerosas andanzas. Sin embargo, las bendiciones que reciben mariachis y cancioneros, gracias a su obra, le han heredado el curioso epíteto de san José Alfredo. Buscando entre sus primeras canciones, en la que tituló “A los quince o veinte tragos”, canta: “Qué bonita es la vida del hombre siempre tiene con qué vacilar, aunque a veces la suerte nos falle es bonito perder y llorar”.
Y en una de las postreras, conocida como “El último trago”, franco y desinhibido declara en el estribillo: “Nada me han enseñado los años, siempre caigo en los mismos errores: otra vez a brindar con extraños y a llorar por los mismos dolores”.
Entre estos dos ejemplos, elegidos por ser polos opuestos de su trayectoria, encontraremos una variedad de temas en donde él manifiesta sus emociones y las escribe con genial desparpajo, con la confianza y la fuerza de saberse poeta, trovador, cantor popular; da igual cómo cada quién desee llamarlo.
Tedi López Mills, quien recientemente escribió en MILENIO sobre José Emilio Pacheco, en concreto hablando de la rebeldía y la postura del escritor frente a los encasillamientos manifiesta “darle la vuelta a cualquier tipo de autoridad y, a la larga, de autoritarismo.
Supongo que en eso consiste el decoro: en huir de las definiciones exaltadas, porque tienden, por su misma naturaleza, a dejar fuera las excepciones o, peor aún, a excluir a la mera sensatez…”.
Por eso como el mismo José Alfredo cantaba: “No hace falta que salga la luna”, tampoco que se presenten las musas; mi padre declaraba sus sentimientos en un lenguaje natural y se definía de diversas maneras: “No te puedo decir lo que siento, solo sé que te quiero un montón y que a veces me siento poeta y vengo a cantarte mis versos de amor…”.