Voy a morirme de amor

Ciudad de México /
Trató el asunto a modo de corridos. FOTOTECA MILENIO

“Y morirme contigo si te matas y matarme contigo si te mueres porque el amor, cuando no muere mata porque amores que matan, nunca mueren”

Joaquín Sabina

Hablar de suicidio no es un tema accesible, no obstante, morir de amor es casi un proyecto poético, es el argumento costumbrista del romanticismo, desde que Goethe escribiera Las penas del joven Werther. Dicha temática fue retomada por los poetas modernistas del siglo XIX y adoptada, posteriormente, por los compositores de boleros y rancheras mexicanos. En las canciones de José Alfredo Jiménez encuentro distintas maneras de presentar dicho tópico. Una, de gran belleza erótica la aborda en “El jinete”:

“Por la lejana montaña va cabalgando un jinete, vaga solito en el mundo y va deseando la muerte. Lleva en su pecho una herida, va con su alma destrozada, quisiera perder la vida y reunirse con su amada…”.

El estigma de este jinete está en su pecho herido, en su alma destrozada; es la alegoría del vencido, del héroe vulnerable que solamente puede ser herido por la flecha del amor. El pecho es el símbolo de la protección, no obstante, este pecho, al ir dañado, está completamente expuesto. El valor característico de un jinete radica, en este caso, precisamente en el amor, en el gran amor que siente, porque:

“La quería más que a su vida y la perdió para siempre, por eso lleva una herida, por eso busca la muerte. Con su guitarra cantando se pasa noches enteras, hombre y guitarra llorando a la luz de las estrellas…”.

Esta estrofa impregnada de erotismo, tal vez deliberadamente elegido por el poeta, nos presenta una imagen en la que surge un jinete que va dolido, herido, destrozado, empero, al fin jinete, cantando con su guitarra, instrumento que de repente parece reemplazar a la mujer amada porque con ella pasa noches enteras y, para acentuar la figura erótica, ambos lloran y también cantan en donde no todo es oscuridad, pues finalmente cantan y lloran a la luz de las estrellas.

Por otra parte, José Alfredo aborda la trama del suicidio de manera periodística utilizando el género del corrido, relatando los hechos que llevan al sujeto a cometer el acto suicida. En un tema que, para mí, es una de sus mejores canciones, narra:

“Voy a cantar un corrido que traigo prendido en el fondo de mi alma. Es la desgracia de un hombre que fue muy mi amigo y murió en la barranca.

Era rival en amores de un hombre muy macho, que siempre ganó. Se disputaban a Rosa, la niña más chula de aquella región. Se citaron la noche más negra y al barranco acudieron los dos.

Eran las diez de la noche en la vieja capilla que está en el panteón cuando sonaron dos tiros y un hombre sin vida al barranco cayó…”.

No es una nota roja, sino una crónica de los acontecimientos que se van develando, sin prisa, mediante la cadencia de los octosílabos y la música. De forma sintética, José Alfredo con cada verso va reuniendo las características principales del cuento popular. De manera magistral anticipa el desenlace sin echarnos a perder la historia. Sus personajes planos no necesitan construirse desde la sicología ni los escenarios de descripciones barrocas para que el escucha logre reconstruir o visualizar a los protagonistas dentro de esos espacios lúgubres que son la capilla, el panteón y la barranca.

“Hoy han pasado los años y a aquel buen amigo ya nadie recuerda. Hoy adornaron la iglesia: se casa Rosita, estamos de fiesta. Sale vestida de blanco, más linda que nunca camino al altar. Mientras yo sé que en la cárcel un hombre muy macho se piensa matar… Eran las diez de la noche en la vieja capilla que está en el panteón cuando en la cárcel del pueblo sonaron dos tiros y un hombre murió”.

Otro de sus grandes corridos en donde el personaje principal muere de amor es “Jesús Maldonado”:

“No se despidió de nadie, su caballo relinchaba, la risa de su Conchita traía en el pecho clavada; aquel hombre ya iba muerto: su palidez era clara. Agarró cualquier camino y el polvo lo fue tapando, la fiesta siguió en el pueblo, la banda seguía tocando; y a los tres días volvió solo un caballo caminando. Murió Jesús Maldonado, murió por enamorado”.

Me pregunto si José Alfredo también murió enamorado. ¿Fue acaso mi padre un suicida? Tenía tan solo 47 años cuando falleció. En 1968 filmaban en el estado de Guanajuato una miniserie de corte campirano, cuyo fondo o trama era la historia que relata “El perro negro”. Aún circulan algunos videos de aquella producción. Durante una de las primeras jornadas mi padre se sintió muy mal. Mi madre le avisó al doctor González Parra, su médico, pero principalmente, su amigo. Entonces, le diagnosticaron un principio de cirrosis hepática, el gastroenterólogo fue determinante: no más alcohol.

Recuerdo que comenzó a cambiar muchos de sus malos hábitos. Se acostumbró a comer en casa en horarios más apropiados, bebía aguas frescas y café, consumía pocos irritantes, procurando tener una dieta mejor balanceada. Recuerdo haber podido leer en su rostro el sentimiento del miedo. Los hijos, a veces, no queremos ver esas emociones en los padres, ellos son los que nos transmiten el poder y la fuerza; sin embargo, creo que José Alfredo difícilmente podría ocultar un sentimiento o una emoción. Por lo general era transparente. ¿Hasta qué punto esa transparencia me fortaleció más? No lo sé, pero sí sé que no me debilitó. Saber que mi padre sentía y sufría como todos los demás ha sido quizás una de las herramientas más valiosas para transitar en la vida, un legado que me ayuda a entender que el mundo tiene claroscuros. Recuerdo que todos esos cambios enriquecieron nuestros días, ya que papá estuvo más presente en nuestro desarrollo durante la adolescencia, fundamental para nosotros, pues la guía del padre en esos años es determinante.

Y, sin embargo, “una piedra en el camino…” lo hizo tropezar de nuevo. Señala Juan Villoro en uno de sus recientes artículos, lo que Álvaro Mutis lanzó a propósito del romanticismo: “El poeta enamorado no regala bombones: ¡bebe arsénico, viejo!”. Pienso que el arsénico de José Alfredo fue el alcohol:

“Si te cuentan que me vieron muy borracho orgullosamente diles que es por ti, porque yo tendré el valor de no negarlo, gritaré que por tu amor me estoy matando y sabrán que por tus besos me perdí…”.

Y, sin embargo, no deja de cantar: “Para de hoy en adelante ya el amor no me interesa: cantaré por todo el mundo mi dolor y mi tristeza; porque sé que de este golpe ya no voy a levantarme y aunque yo no lo quisiera voy a morirme de amor”.


  • Paloma Jiménez Gálvez
  • paloma28jimenez@hotmail.com
  • Estudió la maestría en Letras Modernas en la Universidad Iberoamericana, y es Doctora en Letras Hispánicas. Desarrolló el proyecto de la Casa Museo José Alfredo Jiménez, en Dolores Hidalgo, Guanajuato. Publica su columna un sábado al mes.
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