Qué fuerte es la necesidad humana de crear tiempos habitables en los que sepamos qué hacer y qué no hacer. Nuestros calendarios me recuerdan aquellos “libros de las horas” de la Edad Media, que dividían el tiempo de cada día con base en oraciones y rituales cristianos, dando así un orden y un sentido al día.
Hoy modelamos el tiempo con base en calendarios anuales más o menos flexibles, que marcan desde fechas patrias hasta festividades religiosas que algunas veces caminan sobre la cuerda floja entre el mundo imaginario de la religión y el mundo material real.
La conmemoración del Año Nuevo tiene más que ver con el mundo material real que con la imaginería religiosa: concluye un ciclo solar e inicia un nuevo año. Pero también esta fecha se trata de una mera convención: ya ni siquiera va de mano de los equinoccios o solsticios, como seguramente ocurrió en épocas remotas.
He comentado en otras ocasiones que antiguamente las festividades de esta época tenían una relación muy estrecha con la naturaleza: el solsticio de invierno había dado origen al culto de Apolo, de Helios, o de Mitra. Estas mismas fechas se dedicaron al nacimiento del Sol Invicto romano, a las grandes Saturnalia con sus banquetes y regalos. Parece ser que en nuestro país, los evangelizadores españoles encontraron que en estas fechas se celebraba al Dios Huitzilopochtli. Sobre aquellas creencias, montaron las nuevas ideas europeas del dios cristiano. Ya Nietzsche decía que en cada acontecer histórico hay algo nuevo que se impone y domina, pero a la vez permanece algo viejo sobre lo cual es factible anclar una nueva creencia.
La costumbre del Año Nuevo ha permeado de tal manera nuestras sociedades, que incluso los presupuestos institucionales concluyen un año para comenzar al año siguiente. Para mí que se trata de fechas sobrecargadas de significado y no siempre para bien: es un verdadero lujo pasar el Año Nuevo en pijama viendo una buena película.
Todo eso sucede en un remoto planeta, que no es más que una pequeña mota de polvo en la inmensidad. Pues que así sea: que este año que hemos decidido que comienza, podamos compartir con los menos afortunados y cuidar nuestra oikía y nuestra “oikología”, porque este planeta es nuestra única morada. Que 2025 sea un año lo más ecológico posible: que se consuma menos carne animal, que se cuide la vida y cada hábitat del planeta: propósitos tan remotos como cualquiera, pero al menos son una orientación en el sentido del camino.
Feliz Año Nuevo.