Nietzsche y el valor de la vida

Ciudad de México /

A raíz de mi última entrega, algunos colegas me insistieron en algo por demás importante: ¿cómo decir que la música de Nietzsche no contradice su pensamiento, cuando Nietzsche proclamó la muerte de Dios y sin embargo compuso música sacra? Es verdad: entre sus composiciones musicales encontramos fragmentos de una misa, ¿no es esto completamente contradictorio? No lo es y ahora lo explicaré.

Antes, me gustaría decir que a Nietzsche no le preocupaba ser contradictorio. Para él la filosofía era un constante ejercicio experimental, o como lo ha dicho Luis Enrique de Santiago, un constante hacer experimentos con el pensamiento. Y cuando la filosofía se asume como un constante experimentar, es natural que en ocasiones algo ya dicho entre en contradicción con algún otro experimento. Esto es algo similar, por cierto, a lo que hizo Platón en sus Diálogos.

Ahora bien: Nietzsche proclamó la muerte de Dios, pero no declaró: “Dios no existe”, sino “Dios ha muerto”. Y un pensador que repitió constantemente “Dios ha muerto” debe ser asumido como un pensador religioso: si algo preocupaba a Nietzsche, ese algo era la ausencia de Dios.

Lo anterior se refleja con toda claridad en el pasaje más famoso de su obra: el parágrafo 125 de la Gaya ciencia. En éste, presenta a un hombre que ha quedado ciego a raíz de la muerte de Dios: a plena luz de día enciende lámparas pues no puede ver; ha perdido el sentido de la existencia y ha quedado vagando sin rumbo, sin un arriba ni un abajo: sin Dios, sin una orientación verdadera, el ser humano queda vagando a través de una nada infinita, sin guía para la acción.

Después de lamentar ese terrible sin sentido dostoievskiano, el hombre loco se pregunta qué nuevas fiestas expiatorias, qué nuevos rituales tendremos que inventar ahora que no tenemos a Dios. Y responde: ¿no acaso nosotros mismos tendremos que convertirnos en Dios? He ahí la respuesta. Si Dios no existe, NO todo está permitido. El Übermensch, el sobre-hombre, se asume como Dios y sacraliza a la vida en el viejo sitial de Dios; por eso Nietzsche venera al Dios de la vida. La vida, para Nietzsche, es el valor absoluto e incuestionable: esta vida y no otra. Su pensamiento reclama un lugar de honor para la vida y propone una religiosidad inmanente, sin trascendencia alguna: la vida es digna y sagrada aquí y ahora.

De modo que lo que Nietzsche pretende es una nueva religiosidad inmanente: la vida es la nueva deidad que podemos sacralizar, venerar, respetar. Y su obra musical refleja, precisamente, la evolución de su pensamiento y su camino del cristianismo luterano a una nueva forma de religiosidad, como espero mostrarlo con ayuda de la palabra y la música el próximo miércoles 16 en el evento que conmemorará sus 180 años de nacido: la entrada es libre, ¡allá nos vemos!

  • Paulina Rivero Weber
  • paulinagrw@yahoo.com
  • Es licenciada, maestra y doctora en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus líneas de investigación se centran en temas de Ética y Bioética, en particular en los pensamientos de los griegos antiguos, así como de Spinoza, Nietzsche, Heidegger.
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